Capítulo 454
Dantalian (VII)
Traducción y edición: Sho Hazama
Corrección: Lord
Corrección: Lord
- Parece... que no estoy en posición de responder a esa pregunta.
- Lo sé. Probablemente no tengas autoridad para decidir por tu cuenta. Descansa en tus aposentos y únete a Su Majestad y a mí para cenar esta noche.
Bajé la mirada hacia los papeles que tenía delante sobre el escritorio. Estaba claramente despidiéndolo. Era un gesto bastante descortés, pero Wolfram Heidelberg se retiró sin protestar. Quizás estaba demasiado sorprendido por lo que había dicho, o quizás simplemente era un hombre hábil para ocultar sus emociones. Probablemente un poco de ambas cosas. En cuanto se marchó, toqué la pequeña campana de plata que había sobre mi escritorio.
- ¿Me ha llamado, Alteza?
Ivar Lodbrok entró desde fuera de la puerta, donde había estado esperando. Desde la desaparición de Daisy, Ivar había asumido el cargo de mi asistente. Era algo más torpe que Daisy, pero no hasta el punto de obstaculizar sus funciones.
- ¿Ya se han reunido los Señores Demonios Electores en el salón de recepciones?
- Sí, Alteza. Me han dicho que llegaron hace media hora.
- Ah, los he hecho esperar más de lo que pretendía.
Me levanté de la silla, manteniendo el equilibrio con la ayuda de un bastón y la prótesis que sustituía a mi pierna izquierda. Ivar se adelantó para sostenerme, pero negué con la cabeza.
- No he caído tan bajo como para necesitar el brazo de otra persona solo para mantenerme en pie.
La expresión de Ivar vaciló y sus ojos brillaron con angustia.
- Pero, Alteza...
- Ya basta. He dicho que estoy bien, ¿no? En lugar de preocuparte por trivialidades, concéntrate en gestionar los fondos para la guerra. Ya te has puesto en contacto con la Unión Helvética, ¿verdad?
- Sí, Alteza.
Me tambaleé ligeramente mientras me dirigía hacia la puerta. Mi andar era torpe, un tambaleo inestable que no podía corregir del todo. Hasta que me acostumbrara, tendría que caminar como un pato.
- Muy bien. Si estalla la guerra, sin duda necesitaremos a los mercenarios de la Unión Helvética. Insinúa que Laura volverá a liderarlos y los mercenarios nos seguirán sin dudarlo.
- Sin embargo, hay... un problema, Alteza.
- ¿Eh?
Ivar abrió los labios y luego los volvió a cerrar. Parecía insegura sobre cómo empezar. Cuando la animé con una mirada tranquila, finalmente habló con evidente renuencia.
- La Primer Ministra Lázuli solicita una audiencia en este mismo momento.
- ...
Mi pecho se hundió como una piedra. Todos los pensamientos que habían llenado mi mente hasta ese momento, planes para sofocar la revuelta de la Facción de las Llanuras, estrategias para utilizar a Barbatos como peón diplomático, contramedidas contra Elizabeth y Daisy, se desvanecieron al instante, evaporándose como el alcohol al aire libre.
- ¿Ahora? ¿Aquí?
- Llegó casi en el mismo instante en que el enviado de la República entró en el palacio. Mientras Su Alteza conversaba con el enviado, la Ministra ha estado esperando fuera de su puerta todo el tiempo.
Lancé una mirada fulminante a Ivar.
- No le has contado a Lapis lo de mi pie izquierdo, ¿verdad?
- Por supuesto que no. Creo que se habrá enterado por otros medios. La Ministra Lázuli estableció conexiones con los funcionarios del palacio y muchas otras personas mientras usted estaba ausente durante la Guerra del Crisantemo. Sospecho que la filtración proviene de ellos.
La expresión de Ivar era igualmente preocupada. Lo había dejado claro, Lapis y Laura nunca debían enterarse de lo de mi pierna izquierda. Ambas se alojaban en el Castillo del Señor Demonio y, mientras no se filtrara nada por este lado, tenían pocas razones para descubrir la verdad mientras estaban ocupadas con sus deberes allí...
Pero así eran las cosas. Ahora que el secreto se había revelado, solo había un curso de acción posible. Me di la vuelta y caminé hacia la pared. Detrás de mí, la voz inquieta de Ivar me llamó.
- ¿Su Alteza?
- ¿Qué pasa?
- Bueno... ¿qué está haciendo?
- ¿No lo ves?
Puse mi pie derecho en el marco de la ventana.
- Tengo que escapar antes de que Lapis entre aquí.
‘No me queda más remedio que huir.’
- ¡Su Alteza, pero esto es el tercer piso! ¡Se lesionará gravemente si se cae desde aquí!
Ivar, que había logrado mantener la cortesía hasta ese momento, exclamó horrorizada.
- No pasa nada. No hay nada de qué preocuparse. En el peor de los casos, solo me romperé una pierna. Pero como ya tengo la izquierda rota, simplemente aterrizaré sobre ella. En otras palabras... estaré perfectamente bien.
- ¡La lógica no funciona así! ¡¿Cómo puedes decir semejante tontería con total seriedad?!
Ivar se abalanzó hacia mí y me rodeó la cintura con fuerza con los brazos.
- ¡Suéltame! ¡Te he dicho que me sueltes ahora mismo! ¡No tienes ni idea de lo aterradora que puede ser Lapis, Ivar! ¡Si me encuentra, me dará un sermón de al menos 5 horas! Los Señores Demonios Electores están esperando en la sala de audiencias ahora mismo, ¿cómo voy a enfrentarme a ellos después de eso?
Me retorcí y luché, pero a pesar de sus delgados brazos, el agarre de Ivar era absurdamente fuerte, por más que lo intentaba, no podía liberarme.
- ¡Aun así, de ninguna manera! Ya tienes la pierna lesionada, ¿y ahora quieres saltar desde el tercer piso? ¡Hay un límite para la imprudencia, Alteza! Y ten por seguro que soy muy consciente de lo aterradora que puede llegar a ser la Ministra.
Levanté la vista hacia su rostro con una inspiración repentina.
- ¡Espera, ya lo tengo! ¡Se me ha ocurrido una idea brillante! ¡Ivar, tú me llevarás en brazos y saltarás! Los 2 podremos escapar juntos. De esa manera, no correré ningún peligro y todo se resolverá perfectamente. ¡Es una solución impecable!
En los ojos violetas de Ivar brillaba una luz de férrea determinación.
- Lo siento mucho, pero de ninguna manera. ¡Entonces seré yo quien reciba la reprimenda de la Ministra después!
- Ivar, ¿me estás dando la espalda?
Así que era eso, no me detenía porque pudiera hacerme daño, sino porque ella sería la que se metería en problemas si me dejaba escapar. Increíble. Estaba tan sorprendido que no pude evitar gritar.
- ¿Así que estás diciendo que tu propia seguridad es más importante que la de tu señor?
- ¡Su Alteza merece una buena reprimenda! Ordenándome ocultar la verdad tanto a la Primera Ministra como a la Ministra de Asuntos Militares... ¡Por qué no me ordena tapar el cielo con la mano mientras está en ello!
Ivar me bajó del alféizar de la ventana con un agarre aterradoramente firme. Casi caigo hacia atrás por la fuerza del golpe. ¿Así que esto era lo que parecía el afecto y la lealtad de un vasallo devoto, o amante, en su máxima expresión? Realmente indignante.
- La Ministra de Asuntos Militares puede que sea sorda a los asuntos del mundo, así que quizá sea posible engañarla. ¿Pero la Primera Ministra? ¡Imposible! ¡Solo su red de conexiones podría cubrir la mitad del continente!
- ¿Desde cuándo Lapis se ha vuelto así?
Ivar apretó los dientes con evidente frustración.
- ¡Desde que comenzó a servirle a Su Alteza! ¡Cualquiera que busque ganarse el favor de Su Alteza comienza por ganarse el favor de ella! Nobles, maestros de gremios mercantiles, incluso los propios Señores Demonios Electores, todos han acudido a la Primera Ministra con regalos y halagos. ¡En este momento, la mitad del Continente Demoníaco está en sus manos!
- Eso es absurdo...
Los ojos de Ivar ardían.
- ¿Absurdo? ¡En absoluto! ¡Su Alteza solo se ha preocupado por los asuntos exteriores, dejando todos los asuntos de gobierno interno en manos de la Primera Ministra! ¿Cómo no iban a salir así las cosas? Usted se lo ha buscado, así que, por favor, sea bueno y deje que ella lo atrape.
Había algo extrañamente amargo en la voz de Ivar. No era solo el miedo a ser regañada por Lapis. No, la emoción que rezumaban sus palabras parecía más antigua, más pesada. Algo había fermentado durante mucho tiempo en su pecho hasta agriarse, y ahora se derramaba por sus labios. Era suficiente para hacer que mis hombros se crisparan por la inquietud.
- Ivar... no me digas que Lapis te ha estado acosando.
Los labios de Ivar se torcieron en una sonrisa torcida.
- No tengo ni idea de lo que insinúa, Alteza. Por supuesto que no soy tan mezquina como para enfadarme porque una antigua subordinada me dé órdenes. No, claro que no. Tampoco guardaría rencor al señor Dantalian por reducirme a una simple sirvienta. Por supuesto que no.
- ¡Es evidente que estás enfadada!
Estaba realmente sorprendido. Parecía que Ivar tenía bastante resentimiento acumulado hacia Lapis y, para mi horror, me había elegido a mí como válvula de escape. ¿Qué mayor injusticia podía haber?
- ¡Ahora bien, Alteza! ¡Prepárese para enfrentarse al juicio de la justicia!
- ¡Ya ni siquiera finges ser educada, ¿verdad?
- ¿Y quién me dijo que dejara de fingir, eh?
Discutíamos como niños, pero también con una seriedad mortal que solo los niños pueden reunir. No era una broma. Nuestras propias vidas podían depender del resultado de esta ridícula pelea. Y entonces...
- Hay bastante ruido en esta oficina.
¡Clic! Los 2 nos quedamos paralizados en medio del movimiento, con las manos aún agarradas a la ropa del otro. Como si se hubiera dado una señal invisible, giramos la cabeza al mismo tiempo hacia la puerta. Allí estaba Lapis, inmaculada con su traje a la medida, con una expresión tranquila e indescifrable, con la mirada fría fija en nosotros.
- El ambiente de una oficina privada refleja el carácter de su propietario. Siempre debe ser sereno. Nunca agitado, nunca autoritario y, sobre todo, digno en su moderación. ¿No está de acuerdo, señorita Ivar?
- Sí, Primera Ministra.
Ivar se inclinó de inmediato, como si no hubiera estado discutiendo hacía un momento. La rapidez con la que cambió de postura fue nada menos que milagrosa, comparable, quizás, solo a la velocidad de reproducción de los goblins. Pero, llegados a este punto, fingir no tenía sentido. El daño ya estaba hecho.
La voz fría y seca de Lapis destrozó la última pizca de esperanza de Ivar.
- Ven a verme cuando termines tus tareas esta noche. Hay algunos asuntos relacionados con tu ética laboral que requieren corrección.
- ¡Ministra, solo actué por preocupación de que Su Alteza pudiera resultar herido!
- Entonces puedes presentar tus objeciones.
Lapis apartó la mirada de Ivar y la fijó en mí. Sus ojos se posaron primero en mi pierna izquierda. Por un instante, sus movimientos se detuvieron. Sin decir una palabra, dejó que su mirada recorriera lentamente toda la longitud de mi prótesis. Un silencio tan denso que parecía aplastar el aire se apoderó de la oficina.
Ivar percibió el cambio al instante y salió de la habitación sin hacer ruido. Quería llamarla para romper ese silencio insoportable, pero no pude. La mirada de Lapis se había clavado en mí y, bajo esa mirada, las palabras simplemente se negaban a salir. Pasó un largo momento.
- Lord Dantalian.
- S... Sí...
Luego volvió el silencio. Lapis entreabrió los labios, pero no salió ningún sonido. Los mantuvo abiertos durante unos segundos y luego los cerró de nuevo con una lentitud deliberada. Ese leve movimiento, esos labios que temblaban como si fueran a hablar, solo para quedarse en silencio, me impactó más que cualquier reprimenda. Ni siquiera fui capaz de disculparme.
Por primera vez, comprendí verdaderamente lo que significaba no tener nada que decir, incluso con 100 bocas. Ante ella, me sentí completamente desarmado, reducido a algo indefenso y pequeño, como un niño regañado.
Lapis dejó escapar un leve suspiro.
- Hay algo que debo decirte sobre la señorita Daisy.
- De acuerdo.
- Al principio había decidido no decírtelo. Pero tal y como están las cosas ahora, ya no puedo seguir callada.
‘¿Qué quería decir con eso?’
Sinceramente, no esperaba que Lapis sacara el tema de Daisy en un momento como ese, así que me quedé mirándola sin comprender, demasiado atónito para reaccionar. En cierto sentido, fue un gesto de rendición. Una promesa tácita de que escucharía en silencio todo lo que tuviera que decir, fuera lo que fuera.
- Más o menos he reconstruido lo que sucedió en Niflheim. Sin embargo, Lord Dantalian, hay algo que ha malinterpretado sobre la señorita Daisy.
- ¿He malinterpretado...?
Una sombra cruzó el rostro de Lapis, y su expresión se torció ligeramente, mostrando incomodidad.
- Sí. Algo muy grave.
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