Capítulo 384
El Encuentro de 2 Heroínas (XII)
Traducción y edición: Sho Hazama
Corrección: Lord
Corrección: Lord
- La llave de la ciudad de Génova ha sido entregada a la Santa.
- Ciertamente he recibido la llave de la ciudad.
Año 1512 y 9º mes del calendario continental. La Santa Jacqueline Longwy visita Génova para participar en la ceremonia de traspaso de propiedad. Génova pasaba oficialmente del Imperio de Habsburgo al Templo de Atenea. Al presenciar este espectáculo, los ciudadanos de Génova prorrumpieron en entusiastas gritos de celebración.
- ¡Hurra! ¡Alabada sea la Santa!
- ¡Gloria a la Diosa Atenea!
Habían escapado por poco de su destino de convertirse en esclavos gracias a la Santa. A estas alturas, si la Santa fuese a declarar que iba a hacer zumo de melón triturando una mesa, esta gente probablemente la aclamaría y le diría que sí podía. La Santa sonrió radiante mientras saludaba a la multitud, lo que hizo que los gritos se volvieran aún más fervientes. Parece que entienden de política. Una vez finalizada la ceremonia de entrega de la ciudad, nos trasladamos a un despacho. Sólo la Santa, Daisy y yo entramos en la habitación.
- ¿Qué fue esa ceremonia tan poco divertida? Deberían haberme informado de antemano si habían preparado algo así.
En cuanto entramos en el despacho, la expresión de la Santa dio un giro de 180 grados, ya que la sonrisa que tenía en la cara desapareció sin dejar rastro. Más que zumo de melón, parecía que había masticado una cucaracha. Dicen que cuando una mujer cambia, no es culpa suya, pero ¿no estaría bien considerar esto una excepción y dar a la Santa un veredicto de culpabilidad? Honorable juez, esta mujer es una bruja.
- ¿Esperabas que simplemente selláramos un contrato en algún lugar privado donde nadie pudiera ver? El objetivo de esto es hacer una exhibición pública. Bueno, lo hiciste bien para alguien que no hizo preparativos de antemano.
- ¡Pensé que por fin podría descansar después de correr hasta aquí durante medio mes, pero de repente me dieron un guion! Conde Palatino, ¡usted es terrible manejando a la gente!
No entiendo por qué está enfadada. ¿No escribí yo personalmente el discurso para ella? Gracias a ese conmovedor discurso, los corazones de los ciudadanos de Génova acabaron en manos de la Santa. En todo caso, debería escuchar palabras de gratitud.
- Sí, sí.
- ¡No respondas sólo con un seco “sí” cuando hables con alguien! ¡No te encojas de hombros! No hagas muecas. ¿Te das cuenta de cuánto puede irritar a alguien tu lenguaje corporal?
- Yo sí actúo adecuadamente delante de los demás. Sólo actúo así delante de ti. Es como una forma de trato especial, así que puedes alegrarte por ello.
- ¡Si al menos cayeras muerto en este instante...!
La santa Jacqueline Longwy, de 28 años, que en ese momento me miraba mientras rechinaba los dientes, se erigió en la autoproclamada defensora que lucha incansablemente por la paz del continente y sus razas. Giré la mirada hacia Daisy. Ella estaba, como de costumbre, vestida pulcramente con su atuendo de doncella.
- Daisy.
- Sí, padre.
- Supe por la Santa que fuiste de gran ayuda al reclutar mercenarios. Parece que has crecido lo suficiente para al menos manejar la tarea de una sola persona.
Puse mi mano sobre la cabeza de Daisy y le di un ligero golpecito.
- Buen trabajo.
- ...
- Por ahora, continúa atendiendo a la Santa. En este momento estoy operando con el Ministro de Asuntos Militares. No sería beneficioso para usted ser vista en este momento.
- Sí. Entiendo... Padre.
Laura y Daisy tienen una relación compleja. Sorprendentemente, Daisy, que era la víctima en todo esto, parecía bastante poco afectada por Laura. Sin embargo, ella es incapaz de ocultar su malestar cada vez que ve a Daisy. No quería dejarlas a las 2 en el mismo sitio si era posible. Me di la vuelta.
- Ahora bien. ¿Hablamos de nuestros planes de futuro?
- ¿Eh? Oh. Claro.
Por alguna razón, la Santa me miraba sin comprender. Arrugué las cejas. Estaba cuestionando su expresión idiota. En respuesta, la santa entrecerró los ojos y habló.
- Eres sorprendentemente... amable con tu hija, ¿eh?
- ¡Pfff!
La inesperada afirmación hizo que una carcajada brotara de mis labios.
- ¿Amable? ¿Lo soy con Daisy? Debe de estar de broma, Santa Longwy.
- Hace un momento, no importa cómo lo mires, fuiste como un padre severo siendo estricto con su hija. No necesitas avergonzarte por esto.
Parecía que la Santa estaba malinterpretando algo mientras sonreía y soltaba una risita. Su expresión casi recordaba a la de un gatito. Era como si dijera “Sé qué clase de persona eres” con su cara. Al igual que todos los animales bebés, el intelecto de la Santa Longwy también era considerablemente escaso.
- Me preguntaba por qué Daisy trabajaba tan duro a pesar de ser tan joven, pero parece que hay una razón para todo. Señorita Daisy, ¿es el Conde Palatino un padre bondadoso?
La Santa sonrió mientras se agachaba para estar a la altura de Daisy. La trataba completamente como a una niña. Como la mayoría de la gente ya sabe, la segunda cosa que Daisy más odia en el mundo es que la traten como a una niña.
- Sí, Padre siempre es increíblemente amable.
- Oh cielos. Cielos. Es bastante inesperado ver al Conde Palatino, que es comparable a la encarnación viviente de la diablura, esparciendo plagas y maldiciones por todo el mundo, ser tan gentil con su familia...
- Me tortura toda la noche si hago algo mal, pero es suficientemente amable.
La Santa Longwy hizo una pausa en medio de una carcajada.
- ¿Perdón?
- Ya han pasado 4 meses desde la última vez que me torturaron. Acabé despreciando los derechos e intereses de una sola aldea mientras intentaba detener el conflicto entre las aldeas de Custos. Cometí un error con el papeleo. Ese día, desde primera hora de la tarde hasta la mañana, tuve que sentarme en un caballo triangular y lavarme todo el cuerpo con agua de cera.
Ah, ni siquiera yo puedo detener a Daisy cuando se pone así. Honestamente, yo tampoco quería detenerla. Lo pretendiera o no, la Santa había insultado a Daisy, así que naturalmente tiene que pagar el precio.
- ¿Eh...? ¿Perdón...?
La Santa se giró para mirarme. “¿Esto es verdad? Es una broma, ¿verdad?” La Santa parecía claramente perpleja mientras sus ojos me hacían estas preguntas. Respondí encogiéndome de hombros.
- Debido a que Daisy anotó erróneamente 3 cosas, 750 habitantes de la aldea casi se vieron afectados negativamente. Los errores no se toleran para quienes acaban siendo responsables de innumerables vidas. No es sólo un castigo apropiado, es uno relativamente indulgente.
Daisy continuó su explicación mientras la Santa parecía desconcertada.
- Hace medio año, el día 16 del tercer mes, cometí un error al interrogar a un sospechoso. Debía cortarle el hígado, pero acabé cortándole el pulmón. El sospechoso sólo pudo resollar hasta que su pulmón se regeneró, lo que casi interrumpió el proceso de interrogatorio.
- ¿Tortura?
- Sí. Aquel día, padre me administró una droga que centuplicaba mis sentidos. Luego me colgó contra una muralla poco poblada y conocida por sus fuertes vientos. Cada vez que el viento tocaba mi piel, sentía un dolor parecido a la muerte.
Arrugué las cejas. Había un grave error en lo que Daisy acababa de decir. Sentí la necesidad de corregirlo.
- Tonta, eso fue el día 17 del tercer mes.
- No, estoy segura de que era el 16.
Nos fulminamos con la mirada.
- ¿No te refieres al día en que torturaron a Valefor? Entonces es el 17.
- El 15 fue el día en que te atacaron, padre. Como la tortura comenzó ese día, ocurrió el día después. Ninguna información fue revelada el día 15, mientras que todo fue revelado el día 17. Eres capaz de recordar al menos esto, ¿no?
Me acaricié la barbilla.
- Hmm. Supongo que fue el 16.
- ¿Ves? Tu memoria es increíblemente pobre, padre.
Daisy soltó un pequeño bufido burlón.
- A veces sospecho que sufres demencia senil. ¿Estás seguro de que no debería atenderte ni siquiera en el baño?
- Cállate. Es que tu memoria es excesivamente buena. Mi memoria no está a un nivel que me haga sentir avergonzado por ello.
Mientras los 2 nos mordíamos la garganta, la Santa Longwy nos observaba con una expresión que parecía como si su alma hubiera abandonado su cuerpo. Finalmente abrió la boca con cuidado.
- Uhm. Ustedes 2... son una pareja de padre adoptivo e hija adoptiva, ¿verdad?
- Sí.
- Ese es el caso, Santa Longwy.
La Santa se apretó la mano contra la frente.
- ¿Ustedes 2 se aprecian... o se odian...?
- Nos despreciamos.
- Nos despreciamos.
La Santa tenía una expresión de perplejidad en el rostro, muy parecida a la de un matemático del siglo XVIII ante el Último Teorema de Fermat.
- Entonces, ¿estás diciendo que no se aprecian ni nada por el estilo?
- Correcto.
- Eso es un poco diferente.
Si alguien se atreve a tocar a Daisy imprudentemente, le arrancaré la mandíbula y se la meteré por el culo. Luego los partiré en 4 pedazos y los pondré en exhibición para que todos los vean. No bromeo. La última vez sólo terminó con latigazos, ya que fue Laura quien lo hizo.
- Santa Longwy, ¿crees acaso que una persona debe gustarle otra para poder apreciarla?
- ¿No es eso un hecho...?
Qué respuesta tan desesperada. Negué con la cabeza, decepcionado. Oí a Daisy soltar una carcajada a mi lado.
- Por eso las jovencitas ignorantes del mundo y criadas en un templo toda su vida no sirven. ¿Te das cuenta de lo bruscamente que pueden cambiar las relaciones y la psicología de la gente? Hay un dicho que dice: “La enemistad abierta es mejor que la falsa amistad”, pero dudo que la Santa Longwy sea capaz de comprender el significado de estas palabras. Me cuesta entender por qué se esfuerza en cargar con el peso de su cabeza sobre el cuello.
- Ciertamente. Puede que tenga una cara bonita, pero me cuestiono que haya pasado 30 años de su vida aprendiendo para haber acabado así.
Parecía que la Santa Longwy había renunciado a pensar una vez que Daisy y yo la golpeamos con golpes consecutivos. Al cabo de un rato, la Santa volvió a expresarse. Sentí en ella una resolución increíblemente firme.
- Mis disculpas, Conde Palatino.
- ¿Qué ocurre?
- ¿Podría cambiar a mi criada exclusiva?
Esa noche, estuve increíblemente ocupado tratando de crear un horario que impidiera que los caminos de Laura y Daisy se cruzaran.
* * *
Tras la brutal muerte del Gran Duque de Florencia, el Reino de Cerdeña se comportó de forma extremadamente pasiva. El ejército del reino nunca intentó una confrontación directa con nosotros. En su lugar, se centraron meticulosamente en atacar nuestras líneas de suministro cada vez que mostrábamos una abertura. Fue una típica guerra de desgaste. Según los rumores, esta guerra de desgaste fue fuertemente defendida por la cónsul Elizabeth. Al parecer, argumentó que una confrontación directa con nuestro ejército imperial sería suicida. Junto con el duque de Milán, que siempre había abogado por este tipo de guerra de trincheras, las fuerzas del reino de Cerdeña se agruparon como erizos. Gracias a esto, pudimos saquear el reino tanto como quisimos.
- Quémenlo todo.
Independientemente de que la milicia civil se atrincherara en una fortaleza y la defendiera, no podían arrastrar sus casas y posesiones hasta ella. Siempre que encontrábamos algo de valor que pudiera generar ingresos, nos apoderábamos de ello sin dudarlo. Todo lo que era demasiado grande para llevárnoslo simplemente lo incendiábamos. Las zonas que no estaban fortificadas, tenían poca importancia estratégica y estaban sin desarrollar, fueron totalmente devastadas. Una inevitable tormenta de sangre y fuego arrasó esos lugares. La “Estrategia de Elizabeth” exigía sacrificios a todas las regiones, excepto a ciudades como Altoran.
Aunque la estrategia de Elizabeth era eficiente, tenía un coste aterrador. Al verse al final sacrificados, los campesinos y sus representantes criticaron con vehemencia al ejército real. Al final, no tuvo más remedio que conducir a sus tropas a la batalla. Aquí surgió un problema. Con un ejército de unos 20.000 soldados, Elizabeth nos mantuvo a raya. Sólo nos mantuvo a raya y no nos atacó. Sus tropas nos disparaban flechas de vez en cuando para impedir que saqueáramos como quisiéramos.
Durante esto, una de nuestras fuerzas destacadas cayó desafortunadamente en el cerco de Elizabeth. Esta fue probablemente una oportunidad perfecta para ella. Sin embargo.
- ¡Sin bajas, Su Alteza!
Por alguna razón, Elizabeth dejó escapar a nuestra fuerza destacada. Elizabeth afirmó que los dejó ir por “error”. El pueblo de Cerdeña se enfureció por esta lamentable conducta.
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