Capítulo 443
Daisy (VII)
Traducción y edición: Sho Hazama
Corrección: Lord
Corrección: Lord
Habían pasado unos 10 días desde que padre cayó enfermo.
- ¡Aaagh! ¡Aaaaagh!
- Cállate. Me estás manchando la ropa de sangre.
Había alquilado una mansión en Amstel, donde torturaba a los prisioneros. Mientras padre permanecía en la mansión, espías de varias naciones se reunían para vigilarlo. Entre ellos, los agentes de la República de Habsburgo eran especialmente viles. Constantemente se movían al límite, desesperados por obtener información. Sin duda, este había sido enviado por esa mujer, la Cónsul Elizabeth.
Era una mujer a la que padre prestaba una atención inusual. Según los rumores, era muy hermosa. Incluso su nombre me irritaba un poco. No era un prejuicio, era simplemente un hecho. Por alguna razón, desde muy joven me había disgustado el nombre de Elizabeth.
- ¡Aahaaaagh!
- Oh.
Parece que había calculado mal mi fuerza. El prisionero perdió el conocimiento mientras lo torturaba. Había presionado demasiado el pincho y le había arrancado demasiada carne sin darme cuenta.
- Mis disculpas... Solo quería arrancarle un poco de carne, pero accidentalmente le rosé la zona cercana al corazón. La próxima vez me aseguraré de llevar a cabo la tortura en el orden adecuado.
- Pff... hhpp...
El prisionero echaba espuma por la boca sin decir palabra. Por eso era peligroso distraerse durante la tortura. Había aplicado todos los estímulos a la vez, cuando debía haberlo hecho de forma lenta y metódica. Si hubiera sido un prisionero normal, habría muerto al instante. Por suerte, este era un caballero con una constitución fuerte.
- Pero ¿por qué la Cónsul de Habsburgo sigue enviando asesinos a cada oportunidad? Dígame, señor caballero. ¿De verdad cree que alguien como usted podría matar a mi padre? Es un misterio. Incluso lanzar huevos a una roca tiene sus límites.
- ...
- O tal vez cree que tiene derecho a matar a mi padre.
Fwip... mi mano resbaló un poco. En ese momento, el hombre inconsciente se despertó sobresaltado y gritó a pleno pulmón, con una voz que rasgó el aire.
- ¡Agh, ha, Akhaaaaargh!
- Ups.
Otro error. El hombre había sufrido una herida irreparable. No había remedio. Incluso un caballero tendría dificultades para recuperarse de un daño de tal magnitud. Como disculpa por mi descuido, decidí poner fin a la tortura. En otras palabras, saqué una daga y se la clavé en el cuello al prisionero. Volví a inclinar la cabeza.
- Lo siento. Nunca tuve intención de dejarte vivir desde el principio.
El caballero escupió sangre varias veces y luego comenzó a temblar violentamente. Mojé las manos en un cubo de agua y lavé la sangre. Mientras limpiaba, las convulsiones del hombre no cesaban.
‘Qué resistente.’
Pensé, y giré la daga en su cuello hacia un lado. Solo entonces murió completamente. Justo cuando me levanté después de guardar las herramientas, alguien llamó a la puerta. Instintivamente, agarré la daga con la mano derecha y miré fijamente a la puerta.
- ¿Quién es?
- Soy yo, ama de llaves. Ivar.
Una voz familiar. Guardé la daga en mi ropa. Ivar Lodbrok era mi subordinada directa. Aunque un poco torpe en su trabajo, estaba llena de entusiasmo sin importar la tarea. Aun así, el hecho de que ocasionalmente compartiera la cama con padre era absolutamente vergonzoso. Cuando Ivar acababa de empezar a trabajar como criada, solía burlarme de ella con picardía. Todavía recuerdo la expresión de su rostro cuando le dije “Soy lesbiana”. Fue realmente impresionante. Incluso ahora, solo pensar en esa expresión me da la confianza necesaria para pasar el día comiendo nada más que pan duro y rancio.
- Puedes pasar.
- Sí, perdona la intrusión.
La expresión de Ivar se congeló de sorpresa nada más entrar en la habitación. Las entrañas del caballero yacían retorcidas en el suelo. El hedor de las vísceras pareció hacerla retroceder. A estas alturas ya debería haberse acostumbrado a esto... Qué chica tan ingenua.
- Jefa de sirvientas... eh, tiene sangre en la ropa...
- Estoy bien. Siempre puedo cambiarme. Pero lo más importante es ¿por qué estás aquí? Creo que dejé claro que no debías venir a la sala de tortura sin mi permiso.
- El estado de Su Alteza ha empeorado.
Se me encogió el corazón. Afortunadamente, era capaz de mantener una expresión serena en cualquier circunstancia. Aparte de un ligero fruncimiento de ceño, mi rostro permaneció impasible. Sin embargo, no pude evitar que un atisbo de urgencia se colara en mi voz.
- ¿Cómo ha empeorado exactamente...?
- Yo... yo tampoco lo sé con certeza. Lo siento. Alguien ya ha ido a buscar urgentemente a un mago y a un sacerdote. He venido aquí con la esperanza de que usted también pueda ayudar.
- Bien hecho.
No sabía quién había tomado esa decisión, pero era la correcta. Aunque no sabía nada de medicina, era una experta en todo tipo de anestésicos y alucinógenos. Si padre tenía que someterse a algún tipo de operación, podía asegurarme de que el entorno fuera perfecto para un procedimiento indoloro. Al salir por la puerta, dije.
- No es momento para perder el tiempo. Primero me cambiaré de ropa y luego me dirigiré a la mansión. Señorita Ivar, por si acaso, ¿podría traer mi bolsa de medicinas de mi habitación? Dentro hay un anestésico...
Fue en ese momento. Algo me golpeó con fuerza en la cabeza. Mi visión se nubló y mis rodillas se doblaron. Un dolor punzante me recorrió la parte posterior del cráneo y mi vista se volvió rápidamente blanca. En el momento en que apreté los dientes y alcancé la daga escondida en mi muslo, algo volvió a golpearme en la coronilla.
- ¿Ah...?
Instintivamente, intenté apoyarme con las manos. Pero mi mano resbaló y mi cuerpo se derrumbó. Mi cara golpeó el suelo y el mundo se volvió borroso. Incluso el sonido de mi propia respiración me parecía lejano.
En ese último momento, lo único que se me pasó por la cabeza fue que tenía que informar a padre de esto. Ivar Lodbrok es una traidora. No tenía ni idea de quién había dado la orden, pero era un parásito del corazón escondido en el palacio de padre. Había sido una tonta. Debería haber sido mucho más cautelosa con Ivar. Había creído en ella incondicionalmente porque padre confiaba en ella.
Si Ivar era una espía lo suficientemente astuta como para engañar a padre... Entonces yo era la única que podía sospechar de ella.
- Pa... padre...
Mi visión se oscureció por completo. Cuando volví a abrir los ojos, estaba en la mazmorra bajo el castillo del Señor Demonio. Tenía los brazos y las piernas encadenados a la pared. Probé los grilletes, pero no se movieron. Justo delante de mí estaba la Ministra de Asuntos Militares, Laura de Farnese.
- Así que por fin te has despertado.
Su voz era fría. De un solo vistazo pude darme cuenta de que estaba llena de ira y odio. Una aura amenazante emanaba del cuerpo de Laura.
- Traidora despreciable.
- ¿Ministra...?
Tenía los labios tan secos que apenas podía mover la lengua, y mi voz sonaba débil y ronca. Algo duro y seco, sangre seca por el olor, se había incrustado en la parte posterior de mi cabeza.
¿Significaba eso que no solo Ivar, sino también la Ministra de Asuntos Militares se habían convertido en traidores? No, eso no tenía sentido. Laura de Farnese era la marioneta personal de padre, ni más ni menos, y se suponía que su lealtad hacia él era inquebrantable. ¿Por qué iba a...?
Expresé mi confusión.
- ¿Qué significa esto?
- Estoy a punto de interrogarte. Igual que tú interrogabas a tus prisioneros todos los días. El procedimiento te resultará bastante familiar.
- ¿Interrogar...?
La palabra me dejó aturdida.
‘¿Interrogar a quién? ¿A mí? ¿Por qué motivo me están reteniendo e interrogando?’
Laura de Farnese, la Ministra de Asuntos Militares, sonrió fríamente, una expresión que nunca mostraba en presencia de padre. Su actitud cambiaba por completo dependiendo de con quién tratara. Era un rasgo común entre las mujeres desagradables.
- Por casualidad, Su Señoría estuvo a punto de ser asesinado en la residencia del gobernador en Batavia. Hasta ese momento, todo había salido según lo previsto. Sin embargo, ¿por qué recuperó la conciencia tan tarde? Según el guion original, debería haber recuperado el sentido en 5 días.
Tenía la boca seca.
‘¿Cuántos días había estado inconsciente? ¿Cuántos días había estado indefensa la residencia de padre?’
No debería estar aquí. Alguien podría entrar si no estoy de guardia. Era peligroso. Aunque se habían colocado trampas para mantener alejados a los caballeros de bajo rango, alguien tan hábil como un Señor Demonio aún podía atravesarlas. ¿Cuántos días habían pasado? Sentía como si mi corazón estuviera en llamas.
- La Señor Demonio Paimon ha sido hostil hacia Su Señoría durante mucho tiempo. El incidente ocurrió en Amstel, Batavia, donde ella gobierna entre bastidores. Fue allí donde Su Señoría permaneció inconsciente mucho más tiempo del previsto.
- ¿De qué está hablando? Libéreme de inmediato, Ministra... La finca no está protegida...
- Sin embargo, todo esto tiene sentido si resulta que usted había conspirado con Paimon.
Esta estúpida rubia. Pensar que conspiró con Ivar solo para resolver un misterio tan trivial. Ahora que lo pienso, Ivar también es rubia. A partir de ese momento, juré odiar a todas las mujeres rubias del mundo. La razón por la que su cabello brilla tanto es porque sus cerebros se les salen por la cabeza y ese líquido brilla como un arcoíris.
Apreté los dientes con fuerza. Me dolían las encías hasta la raíz.
- Deja de decir tonterías y libérame ya. ¿No tienes ni idea de lo peligroso que es tenerme encerrada? Un cráneo lleno de nada más que semen no puede entenderlo. Padre está actualmente expuesto a espías de todas las naciones.
- La seguridad de la residencia es perfecta. Yo misma he establecido todas las defensas.
- Ja.
Me burlé. ¿La seguridad es perfecta porque tú te has encargado de ella? Parece que la Ministra de Asuntos Militares aún no se ha dado cuenta de que es la piedra más débil y frágil entre los vasallos de padre. Espero que pronto comprenda que, más allá del campo de batalla o de las cámaras interiores, es tan inútil como la suciedad que se acumula bajo sus uñas. Lo único que hace es entrometerse sin saber cuál es su lugar. Si va a actuar así, yo también tengo algo que decir. No creas que lo único que aprendí de padre fue a actuar. Tengo un talento natural para burlarme de la gente, solo superado por él.
- Eso suena tranquilizador. Seguro que la esclava sexual de mi padre se encargó bien de todo. Pero, Ministra, antes de reforzar la seguridad de la residencia, ¿qué tal si primero controlas tu propio agujero inferior? Con la cantidad de semen que dejaste goteando en los pasillos del Castillo del Señor Demonio, podrías vender fácilmente el equivalente a 2 lagos...
Pak. La ministra de Asuntos Militares me abofeteó. Lo siento, pero eso no duele en absoluto. ¿Qué ha sido eso? ¿Podría haber sido un mosquito rozándome la cara por casualidad? Inclinando la cabeza, miré de reojo a la Ministra de Asuntos Militares. Este ángulo era el más adecuado para provocarla.
- Te pido disculpas. Debes de estar muy triste por lo flácidos y flojos que están tus orificios. Parece que he hablado con franqueza sin tener en cuenta tus sentimientos. Pero no puedo evitar sentir curiosidad. Entiendo que cada vez que mi padre se acuesta contigo, debe de sentir como si estuviera empujando en el aire.
- Sigue hablando.
- En ese caso, debes satisfacer a mi padre solo con la boca, pero ¿qué habilidades tan excepcionales debes tener para que mi padre siga buscándote? Es realmente admirable. Dicen que “si no hay dientes, usa las encías”, y parece que has sustituido tus orificios flojos por tus encías. Si tuviera la oportunidad, incluso me gustaría aprender un par de cosas de ti.
La Ministra de Asuntos Militares empuñó un látigo. Parecía que tenía intención de amenazarme. Por desgracia, estaba claro que nunca había manejado un látigo antes. Lo sujetaba demasiado cerca de la base. A ese ritmo, probablemente no sería capaz de blandirlo correctamente.
- Lo que esta señora exige es la verdad sin adornos.
- ¿Ah, sí? ¿Y qué verdad es esa?
- ¿Conspiraste con la Señor Demonio Paimon para envenenar la medicina de Su Señoría?
Esbocé una sonrisa serena.
- Solo tengo una última pregunta.
- Habla.
- ¿Siguen sanas tus encías?
Inmediatamente después, el látigo se clavó sin piedad en mi carne.
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