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martes, 2 de diciembre de 2025

BC - Volumen 4 Capítulo 1


Capítulo 1
Volviendo A Adaptarse
Traducción y corrección: Radak
Edición: Radak, Sho Hazama
Si amas tu trabajo, nunca trabajarás un solo día de tu vida. Era una de esas cosas que había oído constantemente al crecer, pero que nunca me había creído del todo. Sonaba a frase hecha, demasiado buena para ser verdad. Después de morir, acabar aquí y luego el lío que se armó en los Picos de Duelo... Tuve que admitir que, sí, al fin y al cabo, tenía algo de cierto. La verdad es que me encantaba mi trabajo. Sí, algunos días se sentía como trabajo. Algunos días no quería levantarme de la cama. ¿Pero la mayoría de los días? La mayoría de los días, cuando me levantaba... Simplemente me ilusionaba pensar en lo que iba a lograr. Probablemente era algo extraño en lo que pensar mientras blandía mi hoz, inclinado para alcanzar las espigas de trigo, pero era un pensamiento que no podía sacarme de la cabeza. Había algo reconfortante en ello, incluso revitalizante. Tocar la tierra, cultivar, crear... Y luego disfrutar de los frutos de mi trabajo. El año hasta ahora había sido difícil, lleno de altibajos y revelaciones. Tuve que reconectar con los aspectos más auténticos de la cultivación en este mundo, algo que creía haber dejado atrás. Recibí una carta del hombre que me enseñó a cultivar. Una batalla épica en las Picos de Duelo y todas sus consecuencias, que aún esperaba. Y, sin embargo, a pesar de la agitación que había traído el año… Cuando me agaché con la hoz, todo se desvaneció. Simplemente dejé que mi cuerpo fluyera mientras pensaba, reflexionaba y disfrutaba. Mientras avanzaba. Los días tranquilos del verano llegaban lenta pero inexorablemente a su fin. Podía sentir la leve brisa, el cambio en las plantas que comenzaban a alterar su suave melodía y cómo los días empezaban a acortarse. Y eso implicaba preparativos. Ya habíamos cosechado todo nuestro arroz hacía meses, pero la segunda cosecha de trigo que había sembrado ya estaba completamente madura. Mis pollos me seguían cacareando mientras cazaban los insectos que habían infestado el trigo. No teníamos pesticidas, así que los campos siempre estaban plagados de bichos que intentaban robarse una parte de mi cosecha. Así que tuvimos que recurrir a métodos más antiguos. Es decir, soltar una horda de pollos. “¿Están ricos este año?” Pregunté, divertido por la pura intención depredadora que mostraban los pollos, cazando sin piedad cualquier insecto que se atreviera a moverse. Una voz respondió a mis espaldas: “En efecto, este año están exquisitos, Maestro. Incluso mejores que los del año pasado.” Era una voz suave y profunda, y enseguida me giré para mirar a quien hablaba. Un gallo me devolvió la mirada. Terminó de colocar una gavilla de trigo que yo había atado en la cesta que llevaba atada a la espalda. Parecía casi cómico, sobrecargado con la gavilla de trigo, más grande que él, pero aun así realizó la tarea con facilidad. “¿De verdad?” Le pregunté. No era frecuente que un animal pudiera decirte con exactitud qué le gustaba comer, pero debería haber sabido, por las raciones que Big D había preparado al emprender su viaje, exactamente lo que prefería. Los gusanos ahumados me sabían mal, pero a él siempre le gustaban. “En efecto, Maestro. Este Bi De ha probado a estos intrusos de todas las Colinas Azules y, sin embargo, los de nuestra tierra siguen siendo los más suculentos,” declaró con autoridad mientras recogía otro manojo de trigo. “¿De dónde salieron los segundos mejores?” Pregunté, interesado. Big D hizo una pausa, claramente considerando mi pregunta con la debida atención. “Al Sureste, más cerca del Gran Lago, hay un claro con muchísimos gusanos. Eran muy agradables”, me dijo el gallo, y carcajeé. “¿Qué características debe tener un buen gusano, después de todo?” Pregunté mientras me daba la vuelta para continuar con mi trabajo. “Yo diría que la jugosidad, para empezar, pero el hermano Wa Shi insiste en que es el crujido y la masticación correcta. No lo sé, porque no sé masticar…” Así que, mientras terminaba mi trabajo, escuché a un pollo enumerar las cosas que uno debería buscar en un insecto "bueno". “¿Ve el brillo en el caparazón de ese? Un bocado exquisito”, narró Big D desde mi hombro. Resultó bastante reconfortante escuchar hablar a mi primer amigo. De vez en cuando, se agachaba rápidamente y atrapaba un insecto, solo para hablar poéticamente sobre él. Y así continuó hasta que terminé el campo. Cuando por fin terminé, me estiré, gruñendo levemente mientras los esfuerzos del día se hacían notar. Me volví y miré los tallos, que luego habría que arar para que volvieran a crecer. Servirían de abono para el nuevo crecimiento. “Ha crecido bastante, ¿verdad?” Le pregunté al gallo. “Así es. Y crecerá aún más el año que viene,” respondió el gallo. Hace un año, este lugar estaba cubierto de enormes rocas y densos árboles. Solo contenía una pequeña choza solitaria y los cimientos de una sola casa. Los campos se habían expandido, pasando de un pequeño huerto y media hectárea de arroz a más de treinta hectáreas de tierra cultivada. Mi casa se parecía más a una mansión, e incluso la pequeña choza había crecido hasta convertirse en una casa propiamente dicha. Tanto había cambiado en tan poco tiempo. Ahora incluso teníamos industria. Vi el martillo de caída que habíamos construido junto al río funcionando; el sonido se amortiguaba entre el agua y el canto de los pájaros. Bowu y Gou Ren ya estaban trabajando en sus cosas. Río abajo también había humo; el viento se llevaba el olor a químicos mientras realizábamos las primeras pruebas de nuestra habilidad para fabricar vidrio. Miantiao, la serpiente, era extremadamente cuidadosa, y yo, desde luego, no quería contaminar nada, pero aun así olía un poco mal. Era algo que me interesaba; esperaba aprender más adelante, pero era mejor dejar que el maestro resolviera algunos problemas primero. Sinceramente, con más edificios y un par de personas más, mi granja se parecería menos a una granja y más a un pequeño pueblo. “Miantiao no pierde el tiempo,” observó Big D desde mi hombro. “La hermana Yin se queja de que su maestro la agota intentando mantener las llamas a punto.” “Pobre conejita,” dije entre risas, negando con la cabeza. Un instante después, levanté los manojos de trigo y Big D se llevó algunos de los otros. Una melodía resonaba en mis labios mientras regresábamos al granero recién construido. La enorme cantidad de comida que producíamos requería mucho espacio de almacenamiento. Pasamos junto a otro campo, donde un buey con un arado a su lado descansaba, vigilando tres ovejas y cuatro vacas. “¡Babe! Cuando tengas un momento, ¿podrías arar todo ese campo?” Le grité al buey. Abrió un solo ojo y asintió levemente. Se puso de pie despacio, enganchando el arado con el cuerno. La brillante herramienta amarilla estaba cubierta de soles tallados; su hoja había sido una espada demoníaca. Pero, la verdad, era un buen arado. Continuamos nuestro camino pasando por el huerto, donde un enorme jabalí rojizo y una delicada cerdita rosa estaban ocupados arrancando todo como excavadoras vivientes, con cuidado de no dañar las verduras. Chunky y Peppa echaron las verduras arrancadas en un estanque, donde un dragón las esperaba. Tenía ojos de pez y escamas de un azul eléctrico. Washy recibió el botín y cumplió con su deber: un remolino de agua lavó delicadamente la suciedad y los insectos. Sus ojos brillantes las examinaron con atención. Sus largos bigotes rozaron los bordes mientras los analizaba desde todos los ángulos. Después, los colocó en dos montones distintos. Uno para encurtir, nuestra comida para el invierno, y otro para consumir pronto. El pez, normalmente tan glotón, se tomaba su trabajo muy en serio. Y aunque sabía que faltarían algunas cosas, confiaba en que se aseguraría de que comiéramos bien durante todo el invierno. Aunque solo sea porque si comiera demasiado ahora, no podría comer más después. Les saludé a todos con la mano al pasar y recibí asentimientos a cambio; Washy me lanzó una zanahoria selecta. Decidí compartirla con Big D, partiéndola por la mitad antes de darle un mordisco a la dulce verdura. Estaba crujiente y refrescante. Los trillados bien transitados de la granja me llevaron al almacén, donde abrí la puerta bien engrasada y comencé a trillar el trigo; algo que, para ser sincero, se me daba bastante bien. Mi fuerza y velocidad sobrehumanas me hacían tan rápido como cualquier trilladora industrial, convirtiendo lo que probablemente habrían sido semanas de trabajo en horas. Lo único de lo que realmente podía quejarme era del calor sofocante que hacía en aquel espacio tan reducido. Sin embargo, tenía un arma secreta: Big D ocasionalmente me enviaba una ráfaga de viento con sus alas, dejando que una brisa me golpeara mientras él soplaba el polvo de la habitación. Era mi última tarea del día. Inspeccioné los almacenes, que estaban casi a rebosar, y me rasqué la barbilla. Al menos una vez al día, me preguntaba si podría vender este trigo por aquí, o si, como mi arroz, sería de una calidad demasiado alta y estaría destinado a la Compañía Comercial Jade Azul. Siendo sincero, era tremendamente molesto no poder vender localmente porque lo que tenías era demasiado bueno. Pero bueno, así eran las cosas. Tendría que buscar la manera de afrontarlo. Un problema a la vez. Bostecé, me estiré y luego volví a casa. Siempre sentía un pequeño orgullo al contemplar la casa que había construido. Era de estilo japonés, con un tejado a dos aguas y rodeada por una veranda que la abarcaba por completo. Delante había un pequeño patio, flanqueado por una casa de baños y una cabaña para guardar medicinas. Tenía ventanas de cristal y una puerta corredera en un lateral que estaba abierta, dejando que la brisa entrara. Respiré hondo, aspirando los aromas de principios de otoño. El aire estaba impregnado del dulce aroma de la fruta madura; los árboles que me habían regalado en mi boda se habían adaptado bien y ya estaban dando frutos. Inspeccioné las frutas verdes, polinizadas por mis abejas. Los melocotones ya se habían cosechado y las manzanas estaban creciendo. De repente, todo sobre los árboles me vino a la mente: cuánta agua habían recibido, su salud y cuándo madurarían los frutos. Una habilidad muy útil para un agricultor: otros veían los niveles de energía, yo veía la producción de la cosecha. Acaricié el manzano que estaba mirando. Big D también examinó los frutos, mostrando interés por ver en qué se convertirían. Y aunque no fuera estadounidense, sin duda se me antojaba un pastel de manzana. Aparté la vista de los árboles y me fijé en una hermosa escena en el patio. Una mujer bellísima estaba sentada a una mesa a la sombra, encorvada, escribiendo algo, con el ceño fruncido. Me acerqué y me incliné sobre la mesa. “Oye, cariño, ¿vienes mucho por aquí?” Pregunté, apoyando ambas manos en la mesa. Meiling levantó la vista de donde estaba trabajando. Sus ojos amatista se encontraron con los míos, sacándola de su ensimismamiento, pero un instante después resopló y se rio. “Puede que sí, guapo,” respondió, mirándome con una sonrisa pícara. Se apartó un mechón de pelo verdoso de la cara y le besé el puente de la nariz pecosa. Mi esposa soltó una risita y se reclinó en la silla, estirándose. Su blusa se subió un poco, dejando ver su incipiente barriguita. Junto a nosotros, Big D había saltado de mi hombro y aterrizado en la mesa a la sombra. Una pequeña rata chilló para darnos la bienvenida, mientras Rizzo guardaba su pincel. Rodeé la mesa y comencé a masajear los hombros de mi esposa mientras echaba un vistazo a la miríada de diagramas médicos que había sobre ella, así como a uno de los dibujos de la propia Meiling. Este último estaba repleto de notas que señalaban incisiones y puntos de interés. “¿Cómo va esto, cariño?”, le pregunté mientras ella gemía, apoyándose en mi tacto. “Mejor, ahora que tengo un plan sólido. Aun así, no me atrevería a intentar esta cirugía sin las hierbas espirituales ni tus recomendaciones. El anestésico es imprescindible, aunque mantener a una persona inconsciente así siempre es un problema,” dijo con un suspiro, mirando el diagrama. Hablaba de Bowu. El niño, que había llegado a nuestro cuidado, tenía una pierna destrozada; una que estábamos bastante seguros de poder curar... O al menos que Meimei y su padre probablemente podrían curar. Le ofrecería apoyo moral y lo poco que sabía de medicina moderna... Pero, al fin y al cabo, eso no era mucho. “Tú y papá pueden con esto. El niño estará como nuevo enseguida,” le aseguré, y ella suspiró de nuevo, pero un instante después me sonrió. Una mano se alzó y me atrajo hacia ella. Nuestros labios se unieron. “Después del Festival del Medio Otoño la semana que viene,” murmuró. “¡Cómo pasa el tiempo! Parece que fue ayer cuando visitamos el Octavo Lugar Correcto, en vez de hace casi un mes. Tendremos que invitar al pequeño Jinete del Torrente. Tu discípulo era un joven muy educado, Bi De,” dijo, asintiendo hacia él. El gallo se pavoneó orgulloso ante el elogio. Zhang Fei era un buen chico. Ahora entendía por qué le caía bien a Bi De. “Probablemente debería dejar al perro en casa. Pensé que Tigu'er iba a secuestrar a la criaturita peluda”, reflexioné. Un gato que adoraba a los perros. Bueno, cosas más raras se han visto. Mi esposa soltó una risita y negó con la cabeza. “Quizás deberíamos comprarle uno. Aunque, la verdad, no necesitamos un perro guardián,” murmuró. No lo necesitábamos. Pero me gustaban los perros, así que era una idea. Había tenido perros antes, y siempre habían sido buenos compañeros. Sin duda, era algo para reflexionar. Quizás el año que viene, en primavera. Mi esposa bostezó y se apartó de la mesa. “Creo que es suficiente por hoy”, dijo. La ayudé a recoger sus papeles y los guardé con cuidado. Big D y Rizzo se fueron juntos a ver cómo estaban Miantiao y Yin, mientras que Meimei desapareció arriba. Unos minutos después bajó con el pelo recogido en dos coletas y la camisa de franela que ella misma había confeccionado. Admiré la vista mientras se colgaba una cesta a la espalda. “¿Quieres acompañarme?” Preguntó Meiling. “Necesito conseguir hongos. Le prometí a Xiulan que prepararía un salteado de hongos para cenar esta noche.” Asentí y tomé otra cesta. Le tendí la mano y salimos de la casa, caminando del brazo. Fue un silencio agradable mientras reflexionaba sobre el pasado y planeaba el futuro. Las cosas habían cambiado el año pasado, y lo único que podía hacer era adaptarme a las circunstancias.
❄️❄️❄️
A Meiling siempre le había parecido divertido recolectar hongos, sobre todo si tenía compañía. Recorrer el bosque y encontrar comida siempre la ponía de buen humor. Aunque la mayoría de los hongos provenían de las granjas, habían decidido ampliar su búsqueda, simplemente paseando juntos por los alrededores de su casa. Fue un alivio ver a su marido tranquilo y sonriente. Le sentaba de maravilla, en vez de tener el ceño fruncido y el cuerpo tenso. Incluso recuperó su sonrisa tonta mientras narraba alegremente una batalla entre dos grandes escarabajos cornudos. “¡Y el Trueno Verde lleva la delantera! ¿Podrá el Demonio Carmesí resistir?”, Gritó. Los insectos chocaron entre sí hasta que el más pequeño logró colocarse debajo del más grande. “¡Oh, qué sorpresa! ¡El Demonio Carmesí se lleva la victoria!” Meiling extendió la mano mientras Jin le metía un hongo en ella; había ganado su pequeña apuesta. Le sonrió, y sus ojos verdes brillaron con alegría. “¡Ah, cielos! Estaba completamente seguro de que iba a ganar,” dijo Jin con un suspiro, tan de buen humor como siempre en la derrota. “Sé detectar estas cosas, ¿sabes?” respondió con una sonrisa burlona. “Mi hermano menor tiene su propio grupito del que cree que no sé nada. Los niños apuestan tareas al ganador. El cuerno del Demonio Carmesí tenía mejor gancho. Jin soltó una carcajada mientras volvían a tomarse de la mano y se adentraban en el bosque, con los rayos del sol de la tarde filtrándose entre las copas de los árboles. Los enormes pájaros carpinteros emperador, tan grandes como águilas, los observaban atentamente al pasar, antes de que reanudaran su martilleo. Estas criaturas, normalmente esquivas, se mostraban aquí descaradas, excavando nidos o buscando alimento con sus estruendosos graznidos. Así que se pusieron a vagar. Jin tenía mucha tierra, e incluso él no la conocía del todo. Llevaba allí solo un año y medio, así que seguían descubriendo con frecuencia nuevos rincones que explorar o rocas que escalar. Manantiales que inspeccionar y árboles que trepar. Era un poco como volver a ser joven, cuando ella se inclinaba más a seguir directamente a los hermanos Xong. Pero al final tuvieron que volver a casa. Tenían que preparar la cena y alimentar a sus hijos. Era mucho trabajo… Pero ella nunca podría decir que lo odiaba. Regresaron a su casa, la que Meiling seguía pensando que era más bonita que el palacio de Colina Verde. Era un poco extraña, desafiaba todos los planos arquitectónicos que conocía, y sin embargo… Funcionaba. Funcionaba, y ahora apenas podía imaginar vivir sin un río dentro de la casa o la encantadora biblioteca del piso de arriba, que ya rebosaba de pergaminos. Jin incluso hablaba de algo que llamaba tragaluz, una vez que tuvieran suficiente cristal, y eso le parecía increíblemente atractivo. Desde la casa se oía un murmullo de ánimo y de lucha. Antes, Meiling habría corrido a ver qué pasaba... Pero poco a poco se estaba acostumbrando al ruido. Tigu saltaba por el patio, seguido por una pequeña estela negra y plateada. “¡Cada vez lo haces mejor!” Exclamó la chica, ahora una gata pelirroja, mientras esquivaba de nuevo, haciendo que la pequeña rata fallé por completo. La aguja de Ri Zu intentó seguirla, pero fue en vano. Tigu era demasiado rápida para ella; los ojos amarillos de la chica seguían con facilidad los movimientos de la rata. Su piel bronceada y sus músculos se tensaban al moverse, danzando alrededor de la diminuta aguja plateada. Sonreía, con una sonrisa muy parecida a la de Jin. El otro miembro del grupo estaba sentado aparte, conversando con Bi De. El gallo se acariciaba las barbas con aire sabio mientras Xiulan asentía. Al parecer, su conversación había terminado cuando la mujer notó que se acercaban y se giró. Sus ojos se iluminaron al levantarse para saludarlos. Su amiga llevaba puesta una de las blusas verdes que Meiling le había hecho. Si Meiling tuviera que admitirlo, sentiría un poco de celos de Xiulan. La otra mujer era absolutamente hermosa, incluso más que Meihua, su amiga de la infancia. Sus ojos eran de un azul cristalino, sus facciones delicadas y refinadas, su piel pálida e impecable, y su cabello castaño, recogido hoy en una sencilla trenza, se sentía como seda fina al tacto. Y bueno, cuanto menos se hable de la diferencia en sus complexiones, mejor. Meiling era delgada como un junco. Xiulan era… Xiulan. En realidad, la blusa de Xiulan necesitó casi tres veces más tela que la de Meiling. “Maestro Jin. Hermana mayor,” les saludó, pero con un tono burlón. Meiling le rodó los ojos. Si bien el respeto incondicional que Xiulan le profesaba al principio había sido gratificante... Era bueno que hubiera empezado a superarlo. Jin simplemente saludó con la mano, mientras Meiling abría los brazos. “Hermana Mayor, en efecto. Esta Hong Meiling ha accedido a tu petición de cenar. Puedes inclinarte ante mí en agradecimiento por mi generosidad,” declaró con pompa. Xiulan soltó una risita ronca y la abrazó. Meiling le devolvió el abrazo. Jin le estaba contagiando su entusiasmo por abrazar. Su marido era un hombre muy cariñoso. Terriblemente inapropiado, pero Meiling estaba segura de que tenía razón. Se apartó y le sonrió a Xiulan. “¿Qué tal tu entrenamiento?” “Estuvo muy bien, hermana. Ya siento que recupero fuerzas,” dijo Xiulan con una sonrisa. “Casi alcanzo la Cuarta Etapa otra vez.” Su amiga le tocó el pecho, donde una grieta dorada se extendía bajo su ropa, una herida que le había infligido uno de esos bastardos de las Picos de Duelo. Aquella cosa translúcida y metálica parecía inofensiva y se comportaba como si fuera la propia piel de Xiulan. Era algo extraño propio de los cultivadores. Pero por lo que decía Xiulan, era un milagro que hubiera podido recuperarse, considerando lo que le había sucedido: una cultivación quemada. Sin embargo, Xiulan había sobrellevado la terrible experiencia de forma admirable. No había tenido ninguna pesadilla, a diferencia de las que solía tener con Sun Ken. Cuando hablaba con Meiling por las noches, la otra se sinceraba fácilmente sobre el tema. Hablar juntas sobre ello les tranquilizó a ambas. “¿Y qué tal le fue a Tigu?” Preguntó Meiling, curiosa por saber cómo la chica tan animada, que ahora estaba sentada sobre los hombros de Jin, había llevado a cabo la meditación. “Tigu tiene un don natural,” afirmó Xiulan con sencillez. “No se queja, ni siquiera se mueve. Debo confesar que me sorprendió un poco, pero es buena. Mejor que el hermano menor, al menos,” dijo con una sonrisa burlona. “Gou nunca fue bueno para quedarse quieto cazando,” dijo Meiling, negando con la cabeza y aplaudiendo. “¡Ahora, empecemos con la cena!” Ordenó, y todos se pusieron firmes.
❄️❄️❄️
Muchas manos facilitan el trabajo. Las cenas siempre eran rápidas cuando Tigu o Xiulan podían cortar todo en segundos y Wa Shi le traía con diligencia a Meiling toda el agua que necesitaba. Últimamente había empezado a practicar con el cuchillo. ¡Era la señora de la casa y no iba a permitir que la dejaran en ridículo, maldita sea! Tarareaba para sí misma en la cocina abarrotada. Era mucho más grande que cualquier otra cocina que conociera, pero con un cerdo, tres humanos, un pez, una rata y un mono, empezaba a resultar un poco agobiante. Y esto ocurrió después de que echaran a Jin para que fuera a buscar a los chicos. Ella tarareaba mientras trabajaba. Tigu tarareaba con ella, con la voz ligeramente desafinada, pero la chica lo compensaba con entusiasmo. Meiling retiró el wok de la estufa, aspirando los aromas, y luego se lo entregó al mono que esperaba junto a la puerta. Ella aún se estaba acostumbrando al mono. Huo Ten era un ser silencioso que pasaba todo el tiempo cerca de aquel extraño cristal que Bi De había traído a casa, aunque de vez en cuando ayudaba con las tareas domésticas. Meiling seguía preguntándose qué lo haría abrirse, ya que era bastante reservado. Eso sería para más tarde. Pronto terminaron de comer, así que llevaron el banquete afuera, a la enorme mesa que Jin había preparado. Una mesa donde cabían seis humanos, un jabalí del tamaño de una casa pequeña, un dragón, un buey y varios animales más, y aún sobraba espacio. Meiling dejó su porción en la mesa y se sentó. “¡Sí, se ve bien! ¡Le hice algunas mejoras al martillo!” Dijo una voz llena de buen humor. Meiling miró hacia donde Gou Ren llevaba a Bowu, sentado alegremente sobre sus hombros. Liu Bowu estaba en esa etapa adolescente un tanto torpe, en la que parecía estar compuesto principalmente de extremidades. Era larguirucho y delgado, pero aún conservaba la musculatura de sus brazos y piernas, gracias a que seguía la rutina de ejercicios de su secta. Su cabello era azulado, ligeramente ondulado, y sus cejas eran bastante pobladas. Pero el chico parecía extraordinariamente feliz. Jin tenía que sacarlo a rastras de la fragua que había construido casi todas las noches, ya que el chico no paraba de jugar con tuberías y el martillo de caída. “Gracias, Bowu, Gou. Todos esos engranajes me dan un dolor de cabeza infernal,” respondió su marido, asintiendo hacia ellos. Gou Ren asintió y dejó a su carga en el suelo. Su amigo de la infancia lucía bien últimamente. Claro que seguía pareciéndose un poco a un mono, pero con las patillas recortadas y el pelo corto se veía menos desaliñado y cómico. Incluso se había convertido en un hombre de verdad. El pequeño Gou, logrando conquistar a una cultivadora, de entre todas las cosas. Por supuesto, si Liu Xianghua le hacía daño, Meiling la perseguiría hasta el fin del mundo... Pero por lo que había oído, Xianghua había arriesgado su vida por sus amigos en las Picos de Duelo. El siguiente en llegar fue Yun Ren, el hombre de aspecto astuto que se acomodó y bostezó. Su coleta estaba algo despeinada y tenía ojeras. “Ya terminé, Meimei,” dijo con un suspiro. Se refería a una serie de imágenes que estaba grabando para ella de diversas plantas medicinales y hongos. Luego, las imágenes fueron transferidas al papel, gracias al Qi de Yun Ren. Meiling se animó. “Gracias, Yun Ren,” dijo, pero su otro amigo de la infancia le hizo un gesto para que no se preocupara. “Todo bien,” murmuró, visiblemente cansado. Dejó la espada en una silla junto a él y, casi distraídamente, se sirvió una taza de té antes de colocarla frente a la hoja. La espada, Cielo de Verano, vibró de una forma que Meiling solo pudo interpretar como felicidad. Los últimos en llegar fueron una serpiente, que tenía terribles cicatrices de quemaduras por todo el cuerpo, le faltaba un ojo y tenía la espalda rota, montada en un conejo plateado de aspecto bastante ennegrecido por el hollín. Miantiao y Yin, el vidriero y la coneja solar. La serpiente irradiaba una tranquila satisfacción, mientras que la coneja parecía molesta; era evidente que Miantiao la había estado exigiendo mucho como fuente de fuego. Con su llegada, todos se acomodaron en sus asientos. La familia estaba reunida para cenar. Jin los miró a todos con una sonrisa en el rostro y simplemente asintió con la cabeza. Si bien algunos días cada uno hacía lo suyo o se ocupaba de sí mismo, dado que eran tantos, todos cenaban juntos así al menos una vez por semana. Meiling se dejó envolver por la conversación mientras todos empezaban a charlar, a pasarse comida y, en general, a disfrutar bajo la luz del atardecer. Las ovejas y las vacas pastaban cerca. La conversación se mezclaba con el murmullo de los pájaros y el zumbido de las abejas. Ella echó un vistazo a su marido, y a la mirada perdida en sus ojos mientras observaba a todos. Él notó su mirada y le sonrió. Meiling le devolvió la sonrisa. Él asintió y volvió a observar a todos, con los ojos llenos de cariño... Y convicción.
❄️❄️❄️
La tierra estaba viva. Pulsaba. Vibraba, fluía y se extendía a lo largo de una red de hilos dorados. Como siempre, fue un placer observarla. Los sentidos de Bi De se deslizaban a lo largo de las espirales de energía, manteniendo una distancia prudente, mientras observaban lo vasto e incognoscible. Y aun ahora palpitaban con un ritmo familiar. Eran más vitales, más fuertes que el año pasado y, sin embargo, la energía de la tierra se ralentizaba. Aunque leve, era perceptible para sus sentidos. Las espirales y redes de Qi, rebosantes de vida y poder, no habían disminuido, pero su pulso se ralentizaba. Se estaba preparando. Preparándose una vez más para que el frío cubriera la tierra. Para que los árboles perdieran sus hojas y casi todo crecimiento se detuviera. El observador asintió, satisfecho con lo que presenciaba. Bi De, el Primero de los Discípulos de la Gran Fa Ram, abrió los ojos al cielo nocturno. Contempló la luna, su menguante creciente una sublime franja, en lo alto del firmamento. Qué afortunado era él de presenciar un segundo ciclo en esta tierra. Observó con atención las diferencias y las similitudes, esforzándose por profundizar en su comprensión. Durante otra hora permaneció sentado en el tejado, sumido en profundas reflexiones, aunque sus sentidos permanecían siempre alerta a cualquier intrusión. Estaba de guardia nocturna, protegiendo al rebaño de aquellos que osarían hacerles daño. Aunque… Ya casi no necesitaba estar tan alerta. Las bestias parecían saber que era mejor no atacar los gallineros, pues miles de sus congéneres fertilizaban la tierra. No, ellas se quedaban en su lugar, y Bi De en el suyo. Su Gran Maestro había decretado que pudieran recibir los frutos de los bosques y las colinas, pues no eran solo para los Discípulos de la Fa Ram; y así, en los parajes salvajes, indómitos por el espolón de hierro de su Maestro, se escabullían y seguían con sus quehaceres, completando su ciclo. Y así, Bi De era prácticamente libre de contemplar la luna en esas noches, observando la tierra y los cambios lunares. Fue una vida realmente maravillosa. Bi De frunció el ceño al ver a su Gran Maestro salir de su imponente gallinero, llevando consigo un pergamino y un bastón. Su Señor alzó la vista hacia donde Bi De estaba sentado y le dedicó un breve saludo con la mano antes de sentarse junto al río. Su Maestro abrió el pergamino y lo examinó detenidamente antes de colocarlo sobre una roca a su lado y adoptar su postura. Bi De quedó intrigado al verlo blandir su espuela de madera. Sabía que su Gran Maestro practicaba sus golpes a diario, con una diligencia y maestría que Bi De se esforzaba por imitar, pero nunca lo había visto usar una espuela como la de Sun Ken. Se acomodó para observar, fascinado. Su Maestro respiró hondo y adoptó la primera forma. Los movimientos le quedaban mal. No en el sentido de que fueran incorrectos, pues Bi De podía ver que la ejecución era correcta. Pero aquellos movimientos simplemente no parecían encajar con él. No parecían encajar con su cuerpo. Su Gran Maestro parecía incómodo mientras estudiaba el pergamino de esgrima y practicaba el arte de la guerra. Su Maestro hizo una pausa en su postura marcial, sacudiéndose tras fruncir el ceño al ver la espada. Por un instante, pareció que iba a dejarla a un lado. Respiró hondo y volvió a empezar. El mundo no era amable; Bi De lo sabía por experiencia propia. Conocía a Zang Li, su intento de secuestrar a la hermana Xiulan y el secuestro de Tigu. Sabía que el mundo albergaba muchos horrores y que era justo defenderse. Sin embargo, mientras Bi De contemplaba a su Señor entrenando, le invadió una leve sensación de pérdida. Qué lástima que manos tan hábiles para crear se vieran obligadas a cultivar la destrucción. El gallo volvió a mirar al cielo; apartó la vista del ceño fruncido de su Maestro mientras se preparaba. Bi De se puso de pie. Llamaría a la Hermana Tigu y a la Hermana Yin para entrenar con él al día siguiente. Pero esta noche… Bi De saltó, una sombra silenciosa. Aterrizó sobre los Grandes Pilares de la Fa Ram. Él, al igual que el resto de sus compañeros, había hecho lo mínimo indispensable para recuperarse. Esa ya no era una opción. Su Señor optó por el camino de la guerra. Bi De se juró a sí mismo: su Señor jamás tendría que usar tales cosas si de él dependiera.

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