Capítulo 439
Daisy (III)
Traducción y edición: Sho Hazama
Corrección: Lord
Corrección: Lord
Me tragué la voz. Volví a abrir la boca, pero no salían palabras. Exhalé de forma lenta quizás una docena de veces, como una exhalación seca, antes de conseguir forjar a duras penas una sola frase. Pero no fue tanto una declaración como una erupción de emoción cruda.
- ¿Tu intención era destruirme usando este método...?
- Eres un monstruo de la causalidad, padre. Estás atrapado en un error fundamental, un gran engaño ético. Si prefieres otra expresión, eres, en esencia, la encarnación misma del engaño. Cuando naciste, todos los demonios del mundo debieron de cantar himnos y celebrar.
¿Se daba cuenta de que en realidad le había hecho una pregunta? En lugar de responder, Daisy simplemente dijo lo que quería. Torció los labios en una sonrisa. Incluso en una situación como ésta. Sin embargo, mientras lo hacía, una parte de mi mente permanecía indiferente, observándola, analizando sus gestos, el brillo de sus ojos, la cadencia de sus palabras. Podía percibir la exageración teatral de su tono.
- Padre, eres como un dios, pero uno al que le han dado la vuelta y se ha retorcido hasta hacerse irreconocible. Nunca ha habido ni habrá otro que, paradójicamente, haya construido un reino de moralidad como tú. Cada crimen que cometes, cada confesión que haces, cada declaración que haces, todo grita: "¡Soy yo! ¡Yo he hecho esto! ¡Yo estoy aquí! Yo soy el autor intelectual de este incidente”. Presento mis respetos a tu devoción. Perdona mi impertinencia, pero me he cansado de tu demoníaca, pero inherentemente romántica tragedia de sacrificio. Por eso, te he preparado un pequeño regalo.
- ¿Un regalo...?
- Hago esta declaración aquí y ahora.
Daisy alzó aún más la gran espada. De sus suaves labios brotó un rugido que pareció sacudir toda la plaza. Su voz, afilada como el hielo, me azotaba como un látigo mientras hablaba.
- No quebrantaste a Laura de Farnese. Ese es tu engaño. La responsable de su caída no soy otra que yo, Daisy von Custos. Por lo tanto, ¡no tienes ni el derecho ni el privilegio de responsabilizarte de ella! La idea de que tú llevaste a Paimon a la muerte es otro absurdo engaño. La verdadera culpable soy yo. Tu agonía, tu dolor, tus heridas... todo lo que te pertenece, sin excepción, proviene únicamente de mí. Qué desgracia para usted, padre.
Los ojos de Daisy brillaban de júbilo. La mirada de un vencedor. Más que la de una conquistadora.
- ¡Ya no puedes enorgullecerte de ser quien provocó su caída porque yo existo! ¡La ilusión de que podías cargar con todo el pecado tú solo se ha hecho añicos! Antes me preguntaste si intentaba destruirte. Qué malentendido. Es todo lo contrario. Simplemente te estoy salvando de una destrucción insignificante. Ahora, padre, sólo te quedan 2 opciones. Tomando prestada la frase que usas a menudo: sí, una decisión binaria.
Daisy me miró, con la mirada ligeramente inclinada.
- Primera opción. Aceptar que “yo” no existo realmente en este mundo. Admitir que tu villanía no es más que un precario acto de acrobacia. Por supuesto, sé que esta opción es imposible para ti... Si lo fuera, habrías huido hace mucho tiempo. Así que, si lo primero es absolutamente impensable, entonces solo queda la segunda opción. Reconoce que soy la culpable de todo.
- ...
- Paimon, Zepar, Beleth... todos tus seres queridos fueron tomados nada menos que por mí. No eres más que una lastimosa marioneta, una mera víctima. Si quieres continuar esta obra, acepta que no eres más que un miserable personaje secundario... Aunque eso también es imposible.
Daisy se rio a carcajadas. No en el sentido de que riera ruidosamente, no, pero su voz sonó tensa con una risa innegable. Cada palabra que pronunciaba era una carcajada en sí misma.
- Al final, no puedes elegir nada. ¿No te resulta extrañamente familiar esta estructura de elecciones forzadas? Sí, es tu paradoja favorita. Así es como siempre has controlado a los demás. Y ahora, es mi turno de controlarte.
Como si el tablero de ajedrez temblara. Como un simple peón, que una vez no fue más que un esbirro desechable, compitiendo hasta el final y transformándose finalmente en una reina. Daisy declaró.
- A partir de este momento, todo tu sufrimiento me pertenece. Tus pesadillas, tal vez incluso tu aliento, son míos por completo. Toda tu vida está en mis manos. Si vas a convertirte en el demonio del mundo, entonces yo seré un demonio que te pertenecerá sólo a ti.
Una leve brisa recorrió la plaza, haciendo que el cabello negro de Daisy se agitara suavemente. Me quedé paralizado por la conmoción, incapaz de controlar mi expresión. Simplemente temblé en la réplica causada por Daisy. El silencio pasó entre nosotros como una cuchilla cortando el aire. Entonces, hablé mientras la miraba con una furia incontenible.
- Aún nos queda una última opción. Puedo matarte. Si lo hago, podré volver a responsabilizarme de todo.
Daisy sonrió. Por alguna razón, sus labios también temblaban. Pero no era de rabia, como los míos. No, los suyos temblaban con una incontrolable sensación de logro, con la embriaguez de la victoria.
- Así que, en resumen, a partir de ahora, toda tu vida depende de si puedes o no matarme... Sabía que dirías eso. Eso es precisamente lo que deseaba. Por fin he conseguido llegar a este punto. Ahora puedo decir con certeza que cada parte de mi desgracia y sufrimiento ha existido para este preciso momento.
Daisy, audaz como siempre, cerró los ojos. Parecía permitirse sentir plenamente la euforia que recorría su cuerpo, abrazando este momento de triunfo.
- No Paimon. No la Cónsul Elizabeth. Ni Barbatos. Sólo yo... sólo yo me he ganado el derecho y el privilegio de matarte. ¿Qué podrían destruir de ti? ¿Tu vida? Como mucho, ¿tu mera existencia? Ah, eso no es suficiente. Eso solo nunca podría matarte de verdad.
Daisy abrió los ojos. Con eso, estalló en una carcajada, una carcajada que ahora me daba cuenta de que podía adoptar muchas formas. No era sólo una risa ruidosa y desenfrenada. Era fragmentada, deliberadamente entrecortada, como si estuviera dispersando sílabas a propósito. “Ja-ja, ja-ja”, se reía en ráfagas cortas y entrecortadas.
- Nunca podrían matarte de verdad, padre. Y con esto, ¡mi voto es completo, perfecto y absoluto! En todo el mundo, en toda la historia, sólo yo puedo comprenderte. Y por eso, la única que puede aniquilar tus creencias, tu sufrimiento, tu propio ser... ¡soy yo y sólo yo!.
Daisy levantó la mano izquierda. En ese momento, una explosión resonó en la plaza. La multitud estallo en gritos. Me esforcé por no apartar los ojos de Daisy, pero miré de reojo a la plaza, donde se había levantado una espesa nube de polvo. A través de los escombros que se arremolinaban, alguien caminaba hacia nosotros. Y cuando vi esa figura... me quedé completamente horrorizado. Un muchacho de cabellos dorados. El joven, pulcramente vestido con un uniforme de mayordomo, no era otro que el hermano de Daisy, y mi esclavo Luke.
Luke sostenía una enorme espada que era casi tan alta como él. De su hoja goteaban gotas de sangre carmesí. Él fue quien llevó a cabo el ataque en la plaza. ¿Significa esto que incluso él se había liberado de las ataduras del sello de esclavo...?
- ¡Daisy...!
- Perdóname.
Con el agudo silbido de una hoja cortando el aire, Daisy blandió la gran espada de Baal. En un instante, el arco de la espada trazó un enorme círculo, cortando las armas de los Señores Demonio de la Facción Neutral que la rodeaban. El aura que irradiaba la espada les hizo profundos cortes en el pecho. Los 4 Señores Demonio se agarraron el pecho, gritando de agonía mientras la sangre salpicaba en todas direcciones. Solo bastó un solo golpe. Con un solo aliento, Daisy incapacitó a 4 de los Señores Demonio de la Facción Neutral. Aunque empuñara la gran espada de Baal, era una muestra abrumadora de destreza marcial. Sin embargo, seguía mirándome con expresión relajada, como si no hubiera espantado más que unas moscas.
- ¿Por qué esa expresión tan grave? ¿Ha ocurrido alguna gran tragedia? O más bien, ¿no es ésta la visión con la que has soñado? Vamos, elógiame.
Apreté los dientes.
- ¡Esta es mi orden! ¡Quítate la vida, Daisy!
Daisy soltó una pequeña carcajada.
- Mis disculpas, pero no puedo obedecer esa orden, padre. Yo, la más baja de las esclavas, la hija de meros granjeros de tala y quema, lo he preparado todo exclusivamente para ti. Los seres más fuertes pronto vendrán corriendo para provocar tu caída.
Daisy blandió su gran espada 4 veces con gracia y sin esfuerzo. En ese momento, Barbatos, que había estado gimiendo a sus pies, lanzó un grito espantoso. La espada le había cortado los miembros. Al mismo tiempo, las restricciones mágicas que ataban sus brazos y piernas también fueron cortadas.
‘¿Por qué no funcionaba mi orden? Daisy seguía siendo mi esclava. Y, sin embargo, no sólo ella, sino incluso Luke era capaz de desafiarme, ¡¿cómo era posible?!’
Daisy se levantó con gracia un lado de la falda y se inclinó cortésmente.
- Lo sacrificaste todo para satisfacer tus delirios mezquinos y egoístas. Ahora es el momento de pagar el precio.
- ¿Qué planeas hacer...?
- ¿No es la anticipación parte del condimento que hace tu vida romántica aún más deliciosa?
Daisy sonrió. Luego, tiró violentamente de Barbatos por el cuello. La sangre seguía acumulándose bajo ella. Como ya había perdido los cuernos, las heridas que llevaba eran demasiado graves para que las soportara mucho más tiempo.
- Hasta el día en que nos volvamos a ver, me despido de ti. Me iré de tu lado por un tiempo para preparar el escenario más grandioso, Padre. Bebe con moderación, y tal vez sea hora de que dejes las drogas. No soy tan insignificante como para que puedas enfrentarte a mí con la mente embotada por la intoxicación.
En ese momento, una cuchilla se acercó corriendo hacia Daisy. Fue el momento perfecto. Ella me había estado mirando, hablando tan tranquilamente como si estuviera completamente desprevenida. Sin embargo, como si fuera lo más natural del mundo, levantó su espada y bloqueó el ataque. La que había lanzado el golpe era Sitri.
Sitri apretó los dientes y habló.
- No entiendo lo que dices... pero tuviste una pequeña participación en la muerte de la Hermana Mayor, ¿verdad?
- Sí, pero... no fue sólo una pequeña participación. Si yo no hubiera estado allí, Paimon no habría muerto como un perro.
Daisy miró a Sitri.
- Pero los forasteros no deberían meterse en esto. ¿Cómo se atreve una marioneta como tú a no conocer su lugar y entrometerse?
Con un rápido movimiento, Daisy retorció su gran espada. La espada de Sitri, que se había enroscado alrededor de la espada de Daisy como una serpiente, se rompió en pedazos como el cristal. La tensión que había mantenido unida la postura de Sitri cedió, y ella tropezó, cayendo de rodillas. Sitri aún no se había recuperado del todo de las heridas sufridas anteriormente.
Daisy levantó a Barbatos por la cintura.
- Normalmente, el papel del Señor Demonio es secuestrar a una princesa. Aunque a veces, no estaría mal que se invirtieran los papeles. Tomaré a la mujer que más quieres como rehén. Por favor, no llore demasiado de soledad, padre. Avergonzaría a su hija.
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