Capítulo 67
El Imperio Y El Pueblo
Traducción y corrección: Radak
Edición: Radak, Sho Hazama
Edición: Radak, Sho Hazama
Los soldados miraban desapasionadamente a sus enemigos. Aullaban y rugían furiosos, agrupándose y armándose de valor. Su armadura negra estaba deslustrada y sus lanzas, torcidas y rotas. Con un rugido, se lanzaron repentinamente hacia adelante, embistiendo contra las filas de soldados.
Las espadas centellearon. Las armaduras resistieron. Por tercera vez, el enemigo atacó la reluciente y casi iridiscente falange. Por tercera vez, fueron repelidos; los cuerpos cayeron al suelo y quedaron inmóviles.
La desesperación y la sangre teñían el aire.
Los soldados avanzaron, cerrando la trampa. Cada movimiento era perfecto y practicado sin descanso. No podía haber errores mientras sentían el peso de la mirada de su comandante sobre ellos.
Los auxiliares, más pequeños, más débiles y menos blindados, se agrupaban en patrones de espera, con formaciones imperfectas, acorralando a los últimos de estos rebeldes.
Esta última banda era todo lo que quedaba de los asaltantes que una vez parecieron innumerables. Las praderas habían sido arrasadas. Los bosques, purgados. Los duelos entre los juncos habían terminado. Los cadáveres cubrían el campo, hasta donde alcanzaba la vista.
Aunque volverían el año siguiente, en mayor número, ese era su deber.
Porque el enemigo había cometido el mayor pecado al alzar sus lanzas contra el Emperador.
La más grande de los rebeldes rugió desafiante. Su armadura negra relucía; su lanza aún estaba afilada. Rugió furiosa, blandiendo su arma, mientras su cuerpo se arremolinaba con Qi.
Una orden se emitió.
Los afilados filos de las espadas brillaban. Los ojos de los leales soldados brillaban con pesadas intenciones.
Los soldados descendieron sobre el enemigo y el poder creció a su alrededor.
Su carga fue interceptada por la mayor rebelde. Su velocidad superó a la de los soldados.
Por primera vez, un guerrero cayó cuando ella pasó disparada hacia un lado y atravesó directamente la figura blindada del soldado.
Hubo poca reacción ante la caída de su camarada. Ninguna reflexión, solo el simple cálculo de la guerra.
Porque la “reina” rebelde luchaba sola. Mientras los auxiliares y el resto de la cohorte masacraban a las criaturas desorganizadas que huían, estos guerreros se acercaron. Sus formaciones y tácticas eran imparables, comandadas por alguien que había librado mil batallas.
La lanza de la rebelde cortó y lanceó; golpeó y azotó. Piernas volaban. Cabezas fueron cercenadas. La sangre salpicaba el aire, pero el ataque implacable continuaba.
Un rasguño en la pierna. Un golpe en el abdomen. Su velocidad y agilidad eran excepcionales.
Pero ella estaba perdiendo el ritmo. Se estaba cansando.
Una de sus extremidades voló por los aires, y su armadura negra se quebró. Un soldado la embistió con fuerza, estrellándola contra el suelo. La armadura se astilló y una lanza negra brotó de la carne.
Los soldados dieron gracias por el sacrificio de su camarada.
La rebelde gritó al ser atravesada. Sus entrañas se desparramaron por el suelo. Sus ojos se llenaron de odio cuando una segunda espada se alzó y la apuñaló, acabando con su vida y decapitándola. Su rostro quedó inmóvil en un rictus de odio.
La cohorte se alzó de nuevo, sus efectivos se redujeron y volvieron la vista hacia la batalla que aún continuaba. Llamarla batalla era darles demasiado crédito a los rebeldes.
Fue simplemente una carnicería.
No se dio cuartel al enemigo.
La Gran Reina Vajra se reclinó en su trono, contemplando con desprecio las figuras destrozadas de sus enemigos. Esos malditos chupasangres, que se atrevieron a intentar mancillar la carne del Emperador con sus probóscides. ¡La muerte era demasiado buena para ellos!
Ella agitó el abdomen, y sus soldados obedecieron, llevando los cuerpos de las miserables criaturas al río. ¡Qué apropiado! Aquellos que se atrevieron a intentar devorar al Emperador ahora serían devorados a su vez.
Se levantó de su asiento para recorrer su fortaleza. Los muros dorados de miel se extendían altos y pesados. Los depósitos de polen estaban repletos.
Y en cada panal, en cada célula, sintió la ligera carga del poder del Emperador. Nutriéndolos. Empoderándolos.
Quizás en unos años sería más poderosa que cualquier reina anterior. Era una idea embriagadora. Pasar de ser una miserable medio muerta a reina, una emperatriz en realidad.
Pero para que eso sucediera fue necesario hacer un sacrificio.
Observó atentamente a sus crías, buscando las que se ajustaban a sus necesidades. Instruyó a los cuidadores para que la guiaran hacia los ejemplares más gordos y regordetes.
Ella asintió. Este sería un buen tributo para su Emperador. Aunque siempre era doloroso sacrificar a la prole de esta manera, había declarado que no se escatimaría en gastos. El Emperador recibiría solo lo mejor cuando viniera a cobrar lo que le correspondía. Ninguno de sus descendientes se atrevería a alzarle el aguijón.
Y… Parecía que ese día era hoy. Una advertencia se extendió por su mente: el Emperador se acercaba, con el valiente y hermoso Bi De, así como el glorioso y poderoso Chun Ke.
Había otro humano con él, un sirviente, pero Vajra lo ignoró y se concentró en el Emperador.
Él se acercó a una de las colmenas sirvientes de Vajra, las abejas menores, y con una orden mental, ella calmó su creciente nerviosismo. Con un movimiento lento, la abrió a los elementos. Contempló el trabajo de las criaturas menores y asintió.
Extrajo con cuidado tres de los marcos, todos llenos sólo de miel... Y luego volvió a cerrar la caja.
No se cogió ninguna cría. Ni una sola larva. Solo la miel; los marcos se reemplazaron por otros nuevos.
Estaba atónita. Incluso estupefacta. ¡Qué poco tributo recibía el Emperador! ¡Qué benévola era su mano!
Ella estaba tan aturdida que apenas notó su llegada mientras él abría su propia colmena, obteniendo acceso a su fortaleza.
“Sí, definitivamente es una abeja diferente. Mira, creo que ordenaron la miel según el origen de la cosecha. Ese es pino, ese parece flor de durazno...” La voz del Emperador resonaba mientras él y Bi De contemplaban su obra.
“Buen trabajo, Vajra”, la elogió mientras recogía de ella su escaso tributo.
“Sin duda, voy a tener que expandir esto. Crecieron mucho más rápido de lo que esperaba. Necesitaré diez, no, veinte cajas de colmena más si siguen así”, dijo, y Vajra apenas pudo mantener la consciencia.
¿Más fortalezas?
¿Qué tan poderoso era el Emperador para concederles tal recompensa?
La reina inclinó la cabeza y luego danzó su súplica. Su mente daba vueltas de deseo.
“Esto será un buen refrigerio para cuando nos encontremos con el discípulo de Bi De. ¡Vámonos!”
Desde las fortalezas, no solo obtendría un nuevo reino. Tendría un imperio imparable. ¡Un imperio que se extendería por todas las Colinas Azures!
❄️❄️❄️
Dos figuras se escabulleron entre las sombras, moviéndose de roca en roca. Había poca cobertura en el Canal, salvo las piedras. Se movían con un propósito, deslizándose hacia los rebaños de ovejas, con la luna en sombras proporcionándoles cobertura.
"¿Estás seguro de que este lugar es un buen objetivo?" Preguntó uno de los hombres. Era flacucho e inquieto, vestía ropa áspera y que le quedaba mal. Su voz sonaba nerviosa mientras sus ojos miraban a su alrededor. "¿No tienen alguna Bestia Espiritual guardiana aquí?" Se oyó un bufido de burla mientras los hombres continuaban su camino.
“No me digas que de verdad te crees esa historia”, dijo el otro hombre con voz burlona. “¿Una Bestia Espiritual? Un cuento chino para ahuyentar a los insensatos que se lo crean. Como si una Bestia Espiritual fuera a cuidar ovejas.”
El hombre nervioso asintió con vacilación. Parecía un cuento de tontos.
Cuidado con el Pollo. Al menos podrían hacerlo creíble.
"Míralas", murmuró el más corpulento de los dos, mientras se asomaban por encima de una roca, observando las bolas de pelusa. "Apenas tienen perros. Es fácil entrar y salir. Cogemos una oveja y comemos bien un par de días. Probablemente ni se den cuenta de que falta una.”
Dos pares de ojos miraron a su alrededor, notando la ausencia de pastores u otros defensores visibles. Algunas ovejas se habían desviado hacia allí, separándose del rebaño. Los hombres se miraron y sonrieron.
Fue bastante fácil rodear la roca para dirigirse directamente hacia los animales. Eran gordos y de aspecto atontado. Sus ojos inexpresivos miraban a los humanos antes de descartarlos como algo sin importancia. Una de las bestias incluso se acercó, con aspecto de intentar pedirles comida.
Qué fácil. Pero... El hombre nervioso aún sentía que algo andaba mal. No serían tan relajados, ¿verdad?
Pero parecía que sí. Un par de manos sujetaron a la oveja con firmeza y comenzaron a alejarla del rebaño. La bestia, sorprendentemente dócil, aceptó el trato. Habían recorrido quizás cien metros cuesta arriba cuando el relativo silencio de la noche se rompió.
Se oyó un chillido. Era un chillido furioso y agresivo, pero muy leve.
Ambos hombres casi saltaron del susto, con las cabezas girando rápidamente, mientras veían lo que los había atrapado.
Un pequeño cachorro de pelaje blanco los miró fijamente. Todo su pecho se expandió al tomar otra bocanada de aire y lanzó un grito que no llegó muy lejos.
El hombre corpulento resopló ante los pequeños ladridos. Negó con la cabeza e intentó alejar a la oveja, pero casi choca con su compañero. El hombre nervioso seguía mirando al perro, pálido. Le temblaba el labio.
“Qué estás…” Preguntó el hombre mientras se daba la vuelta y miraba hacia donde su compañero estaba mirando, que no era al perro, sino a la roca.
O más exactamente, a la sombra de la roca.
Una figura inhumana, ligeramente encorvada, con una larga lanza sostenida en posición vertical.
Una nube se apartó de la luna, revelando la sombra en un claro relieve.
Los brazos un poco demasiado largos. El pelaje gris que recorría su espalda.
Y la cabeza de gallo que los miraba con ferocidad.
El hombre corpulento no se quedó paralizado como su compañero.
Dejó caer la oveja y se dio la vuelta, corriendo colina arriba tan rápido como sus piernas se lo permitieron.
Se escuchó un sonido viscoso de carne contra carne y un gorgoteo proveniente de su amigo, pero el hombre siguió corriendo, con los ojos desorbitados, trepando por el Canalón.
Todo fue en vano.
La sombría y demoníaca bestia-gallo se cruzó frente a él, derrapando hasta detenerse. El hombre intentó cambiar de dirección y, en cambio, aterrizó sobre su trasero.
La criatura encorvada ladeó la cabeza hacia él, elevándose lentamente hasta alcanzar su altura máxima. Sus siniestros ojos rojos reflejaban la luz de la luna.
Cuidado con el pollo, decía el cartel.
¡No era un pollo, era una bestia horrible! ¿Le sacrificaban viajeros?
Algo mojó la hierba entre sus piernas. Su corazón retumbaba en sus oídos.
El gallo demoníaco avanzó a grandes zancadas. Lo último que vio el hombre fue un pie golpeándole la cara. La cabeza le dio vueltas al caer al suelo.
❄️❄️❄️
El gran gallo se encontraba en lo alto de una casa mientras observaba a los hombres del Magistrado alejarse en la distancia. Se balanceaba en el borde del tejado, observando con la mirada todo su dominio. Estaba protegido, como debía estar. Los intrusos en la noche no eran bienvenidos.
El gran defensor se elevó por los aires al comenzar su entrenamiento, saltando y dando volteretas, como solo una criatura que dominaba el cielo podía hacerlo. Su lanza impactó con maestría, su forma era impecable, su equilibrio sublime...
“¡Zhang Fei! ¡Tu padre te está llamando!” Gritó su madre. El gran gallo se tambaleó y cayó del tejado.
Logró aterrizar en el heno. Con un gruñido, Zhang Fei se levantó la máscara de gallo.
Se escuchó un aullido feliz mientras un pequeño cachorro blanco aterrizaba en su pecho, lamiéndolo con entusiasmo.
Suspiró y empujó suavemente al cachorro, que saltó hasta sus pies. La cola del cachorro comenzó a moverse con tanta fuerza que le costaba mantenerse en pie.
El chico carcajeó mientras apoyaba su lanza y su máscara contra la pared. Le sonrió con cariño, preguntándose cómo estaría su Maestro.
Una pequeña parte preguntó cuándo regresaría o cuándo Zhang Fei iría a visitar la Fa Ram. No estaba muy lejos. Y ya se comentaba que el Gran Magistrado estaba construyendo más caminos.
“Vamos, Shaggy Dos. Vamos a ver qué quiere papá”, dijo. El perro ladró alegremente y corrió tras él.
❄️❄️❄️
El día siguiente fue muy aburrido. Las ovejas estaban pastando y el sol pegaba fuerte.
Zhang Fei, el Jinete del Torrente, suspiró. Practicó su kata. Blandió su bastón, como lo había hecho a diario durante los últimos tres meses. Pero incluso eso empezaba a cansarse. Cayó de espaldas y suspiró.
Lo interrumpió Shaggy, que empezó a ladrar. ¿Visitas? Se bajó la máscara y subió al tejado, arrastrándose para ocultarse. Sus ojos escudriñaron el horizonte buscando...
Sus ojos se iluminaron cuando contempló una forma magnífica.
"¡Maestro!" Gritó alegremente. Zhang Fei, el Jinete del Torrente, se puso de pie de un salto y aterrizó en el suelo. Sus ojos se ensancharon al darse cuenta de que su Maestro no estaba solo.
Había un grupo entero de personas con él. Había una mujer baja con cabello verde, dos cerdos y la chica más linda que Zhang Fei había visto jamás… que llevaba un pescado en un frasco…
“Saludos, discípulo mío. ¿Estás bien?”, Preguntó el Maestro Bi De en voz alta. “He cumplido mi promesa. Nos hemos vuelto a encontrar, ¿verdad?”
Zhang Fei sonrió radiante e hizo una reverencia. Shaggy Dos gritó.
“Entonces, ¿eres el discípulo de mi discípulo?” Preguntó divertido uno de los que acompañaba a su Maestro. El hombre miraba con incredulidad la máscara de poder de Zhang Fei, claramente celoso. ¡Era enorme! ¡La persona más grande que Zhang Fei había visto jamás! Tenía un largo trozo de madera en la mano, curvado en un óvalo oblongo. “Escuché que aquí había algo llamado montar torrentes, y decidimos echarle un vistazo.”
Zhang Fei asintió, distraído.
“¡Ah, sí! ¡Por aquí se va al pueblo!” Dijo, indicándoles que avanzaran hacia la puerta custodiada por el talismán del Maestro.
El grupo vio el talismán y se detuvo en estado de shock.
Un cartel que proclamaba orgullosamente una cosa:
Cuidado con el pollo
El gigante de hombre, el Maestro de Zhang Fei, comenzó a rugir de risa.
El gallo se acicaló.



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