Capítulo 333
Aroma a Anémona (III)
Traducción y edición: Sho Hazama
Corrección: Lord
Corrección: Lord
No confiaba en mi capacidad para mantener la expresión. Todavía no se me notaba la ira en la cara, pero no sabía cuánto tiempo más podría contenerla. Lo más probable es que mi gente se diera cuenta de mi enfado y empezara a sentirse incómoda, cosa que esa Santa con cara de perro se olería a la legua. Salir de aquí era mi mayor prioridad.
- Llévame a donde está Daisy.
- Sí.
Lapis no podía levantar la cabeza. No fue hasta que bajé mi enfado y le di un golpecito en el hombro a ella que por fin levantó la cara. Salimos del vestíbulo y nos dirigimos a mi castillo. Algunos de mis ejecutivos se fijaron en nosotros e intentaron seguirnos, pero levanté la mano y los detuve.
Todo fue bien hasta que llegamos al castillo. El problema vino después. Íbamos al piso 9 y no al piso 10, que era donde estaban los dormitorios de los ejecutivos. Fruncí el ceño.
- Daisy no tiene una habitación aquí.
- ...
‘Ya veo. ¿Así que también estaba aislada de su propia habitación? No me dieron ni un solo informe sobre cómo Daisy fue sometida a esto. Nos acercábamos al clímax.’
Se alcanzó el clímax cuando Lapis se detuvo.
- Estamos aquí, Su Alteza.
Miré hacia delante en silencio. Lapis se había detenido frente a una puerta de barrotes de hierro. Era obvio que este lugar fue hecho a medias por los trabajadores de la construcción, ya que las paredes parecían toscas. No era diferente de una caverna. La prisión subterránea.
- ¡Cómo... cómo...!
Crují los dientes sin darme cuenta. Las venas me sobresalían del cuello. Abrí la puerta de una patada en cuanto Lapis la desbloqueó. Me apresuré a entrar en la prisión. El agua corría sin cesar por las paredes y el aire de la prisión era insoportablemente sofocante. Daisy estaba retenida aquí. De su cuerpo emanaba un hedor a sangre que inducía al vómito.
- ...
Estaba tan enfadado que no podía pronunciar ninguna palabra. Las extremidades de Daisy estaban atadas a la pared como si colgara de una cruz. Parecía inconsciente mientras su cabeza colgaba hacia abajo. No tenía ni un trozo de tela para cubrir su cuerpo. Tenía heridas horripilantes por toda su blanca piel. No eran sólo una o dos heridas. Había claros rastros que demostraban que había sido azotada cientos de veces. Algunas heridas se habían convertido en costras sangrantes mientras que otras aún sangraban abiertamente.
Parecía más un harapo que una humana.
- ...Explícate, Lapis.
Lapis se arrodilló frente a mí.
- Una parte de los ejecutivos sugirió que la Doncella Principal podría haber estado tramando asesinar a Su Alteza.
- ¡Di sus nombres!
Mi voz golpeó las paredes de la prisión. Estaba potenciada por el poder mágico de un Señor Demonio, por lo que fácilmente hizo temblar las paredes. Lapis bajó aún más la cabeza.
- Fueron la Ministra de Asuntos Militares Laura de Farnese y la Sirvienta Ivar Lodbrok. La Ministra de Asuntos Militares insistió especialmente en que la Doncella Principal debía haber manipulado el veneno durante el traslado. Por lo tanto, anunció que castigaría personalmente a la Doncella mientras Su Alteza estaba inconsciente...
- ¡Cómo se atreven! ¡Cómo se atreve la jefa del ejército a castigar personalmente a un miembro de la corte!
Lapis hablaba cada vez más rápido. Parecía que intentaba contarme todo lo que podía antes de que yo montara en cólera.
- Llamó en secreto a Daisy que cuidaba de la Santa y la confinó en algún lugar de Amstel. Después, Laura la trasladó al Castillo del Señor Demonio y la encarceló allí. Luego la torturó de varias maneras, como azotándola y marcándola. Laura pidió a los otros ejecutivos que lo mantuvieran en secreto, diciendo que ella asumiría toda la responsabilidad. Por favor, mátame.
- ¡Laura!
La niña que era mi hija adoptiva y también la Doncella Principal estaba medio muerta y colgando de la pared como un trapo. La vasalla a la que más aprecio en este mundo estaba de rodillas y suplicándome que la matara. Y por último, la general en quien más confiaba, la leal criada que nunca había traicionado mi confianza, me había engañado. Estaba a punto de perder la cabeza. Sentí que los ojos se me iban a salir.
- ¡Trae aquí a todos mis vasallos! ¡Excluyendo a Luke! ¡Trae hasta la última persona aunque no esté involucrada en esto!
Lapis salió de la prisión. Iba a sacar una poción y curar las heridas de Daisy, pero me di cuenta de que no debía dejar que los demás la vieran después de curada. Tenía que mostrarles su miserable estado en su totalidad. ¿Fue porque me había acercado a ella? Daisy se retorció ligeramente.
- ¿Pa... dre...?
Fue más un grito ahogado que una palabra. Apreté la mandíbula.
- Idiota. ¿Hasta qué punto sacaste de quicio a los demás ejecutivos para que ninguno de ellos estuviera dispuesto a apoyarte? Estarías muerta si hasta la Canciller decidiera quedarse callada.
- Esto no... es mucho.
‘¿Intentas hacerte la dura cuando estás cubierta de moratones? Qué ridícula.’
Daisy levantó la cabeza para mirarme. Parecía que incluso ese pequeño movimiento le resultaba difícil, ya que le temblaban la cabeza y el cuello. Estaba terriblemente demacrada. Sus iris negros estaban borrosos y de sus labios manaba sangre.
- ¡Maldita sea! Maldita sea...
Las maldiciones salieron por si solas.
‘No quería convertir a Daisy en una noble víctima. Toda la malicia que se dirigió a Daisy debería haber sido sólo mía. Se suponía que esta chica era mi obra de arte. ¡Se suponía que se convertiría en una flor de malicia nacida de mis manos! ¡La malicia que Daisy tiene en el mundo debería ser sólo su malicia hacia mí! Yo soy el único que puede entrar en su mundo... ¡Así es como debería haber sido! ¡Esta niña es mía! Después de hacer que me mire sólo a mí, que me odie sólo a mí, y que aprenda lo que es la venganza sólo de mí, ¡podré entonces ser enteramente reconocido o rechazado por ella! ¡Esta niña es mi testigo viviente, mi única abogada, mi única juez, y finalmente, mi sustituto! ¿Cómo se atreve alguien...? ¡Hacer lo que quiera con mi noble testigo!’
- ...
Daisy se esforzó por mirarme mientras yo hervía en silencio. Dejó escapar una pequeña carcajada. Cuando la fulminé con la mirada y le pregunté qué le hacía tanta gracia, movió lentamente los labios como un pez al que han sacado del agua.
- Es... tan obvio... lo que estás pensando... Padre...
- ...
- Es gracioso... porque puedo entender... todo eso... sin ninguna palabra...
Silenciosamente cubrí la boca de Daisy con mi mano.
- Vengarme es mi trabajo, así que seré yo quien lo lleve a cabo.
Daisy dejó escapar una bocanada de aire que sonó tanto como una risa normal como una risa burlona antes de que su cabeza volviera a caer. Le tomé el pulso por si acaso.
‘Esta bien. Se había desmayado.’
Daisy pasó por una operación mucho más dolorosa que ésta. Todavía quedaba tiempo.
Poco después. Mis ejecutivos entraron en la prisión uno por uno. Entre ellos, había ejecutivos que dejaban escapar jadeos tras ver a Daisy y otros que sólo fruncían el ceño como si ya lo supieran. No estoy seguro de si debería decir que fue afortunado o desafortunado, pero sólo una persona había hecho lo segundo.
Hablé una vez que todos habían llegado.
- Todos. Arrodíllense.
Todos se postraron en el momento en que les di la orden. Lapis, Laura, Parsi, Jeremi, e Ivar, un total de 5 personas. Blingy y las hadas nos observaban nerviosas desde la distancia.
- Lapis.
- Sí, Su Alteza.
- Levanta la cabeza.
Lapis levantó lentamente la cabeza. Entonces la abofeteé sin dudarlo. Un claro sonido resonó mientras caía impotente al suelo. La propia Lapis no lanzó ningún grito, pero la gente que la observaba contuvo la respiración conmocionada. Es bien sabido que Lapis recibe casi todo mi afecto; sin embargo, yo había golpeado a esa misma persona. Los demás vasallos no pudieron emitir sonido alguno mientras bajaban aún más la cabeza.
- De pie.
Lapis se levantó. Inmediatamente la abofeteé. Lapis se tambaleó. Continué ordenándole con tono frío.
- De pie.
Y repetí. Lapis no emitió ni un solo sonido y yo no dije nada más allá de mis frías órdenes. Sólo el sonido de la brutalidad resonó por toda la prisión. Retiré la mano después de haberla golpeado exactamente 30 veces. No fui suave con ella. Había puesto todo mi empeño en golpearla. Esto era evidente por la forma en que sus hombros temblaban en silencio después de cada golpe.
- A pesar de que, como Canciller, se suponía que tenías que haber supervisado minuciosamente cada departamento y asegurarte de que nadie se extralimitara en sus funciones, descuidaste tu deber. El delito de no detener la acción dogmática de la Ministro de Asuntos Militares es grave. Voy a deducir sus estipendios por 2 años.
- Muchas gracias... por el misericordioso castigo.
Lapis se inclinó con su cuerpo tembloroso. Sus piernas ya no podían sostener su cuerpo mientras se desplomaba. El silencio y el miedo se cernían sobre la prisión.
Pronuncié el nombre de una persona de la forma más fría que había hecho nunca.
- Laura de Farnese.
- Sí, Su Señoría.
- Le permitiré dar una defensa final.
Laura apretó la frente contra el suelo.
- Esta dama de humilde cuna ha cometido un gran crimen.
- Muy bien, entonces.
Asentí. Esto significaba que no tenía excusa.
- Jeremi, ata al criminal a las cadenas del techo.
- Sí, Su Alteza.
El tono de Jeremi era diferente al habitual, ya que no tenía ni una pizca de jocosidad. Era una asesina cuya expresión, tono, gestos y emociones eran como los de una asesina experimentada. Inmediatamente se puso de pie y ató las manos de Laura con cadenas. Entonces fue colgada del techo como un trozo de carne de una carnicería.
- La Ministra de Asuntos Militares decidió tomar el asunto en sus propias manos y castigó a la Doncella Principal por un crimen del que ni siquiera la culpo. Se han violado las leyes ya que esto tampoco se hizo mediante un juicio justo, fue en contra de sus deberes como vasalla al decidir algo por su cuenta, y se han distorsionado los cimientos del estado al haber castigado a la jefa de otro departamento.
Agarré el látigo que estaba colocado a un lado de la prisión.
- Por lo tanto, Laura de Farnese será destituida de su cargo de Ministra de Asuntos Militares y servirá en la guerra como plebeya. Además, recibirá 30 golpes de látigo.
- ¡Su Alteza!
Parsi gritó en pánico. Él era la única persona aquí que no estaba lo suficientemente relacionada con este incidente como para no tener que pedir permiso para hablar. Esto se debía a que estaba en una posición separada de los otros ejecutivos, ya que tenía que gestionar el territorio. Parsi, que por lo general siempre me hablaba como a un amigo, estaba actuando como un hombre diferente al seguir la etiqueta.
- ¡Sería difícil para una jovencita soportar 30 golpes de látigo! En lugar de eso, ¡por favor, castíganos a todos por igual!
- Al resto de ustedes se les reducirá el sueldo medio año. Sin embargo, la sentencia del criminal no puede ser reducida.
- ¡Su Alteza!
Parsi levantó la cabeza. Y luego se congeló en el momento en que nuestras miradas se encontraron. Su rostro canoso se llenó de asombro, como si hubiera visto algo que no debía. Parsi me miró fijamente a los ojos por un momento antes de bajar la cabeza.
Apreté con más fuerza el látigo.
- Revélame la espalda de la criminal.
- Entendido.
Jeremi le quitó la blusa a Laura, revelando su pálida espalda. El cuerpo de la chica con la que había hecho el amor innumerables veces estaba ante mí.
El látigo restalló en el aire mientras resonaba el sonido de la carne siendo desgarrada. Laura gritó. No le di ni un momento para descansar mientras seguía blandiendo el látigo. Su piel ya estaba completamente desgarrada al segundo golpe. La sangre se esparcía por el aire con cada golpe del látigo. Recibí esa sangre en la cara mientras balanceaba el brazo. Laura se desmayó alrededor del noveno golpe. Miré a Jeremi.
- Despiértala.
Jeremi vertió agua fría sobre ella. El agua se filtró en sus heridas. Laura recobró el conocimiento debido al dolor agudo. Volví a blandir el látigo. Otra vez. Y otra vez.
Laura se desmayó un total de 7 veces. Los músculos de su espalda se habían desgarrado. La sangre bañaba a la chica mientras fluía hacia el suelo.
Respiré con dificultad. Mi resistencia se había agotado después de castigar a Lapis y a Laura sucesivamente. Hasta ese punto me negaba a mostrar piedad. Hablé jadeando.
- La responsabilidad del crimen de un vasallo recae en su señor. Yo, Dantalian, había nombrado a la persona equivocada como mi canciller, no me di cuenta de que uno de mis ministros había cometido un crimen, y no me di cuenta de que la doncella principal había sido torturada. Debo decidir mi propio castigo. Capitán de la Milicia Civil, a partir de este momento, me darás 60 latigazos.
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