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martes, 15 de abril de 2025

BC - Volumen 2 Capítulo 37

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Volumen 2 Capítulo 37
El Corazón Del Enjambre
Traducción y corrección: Radak
Edición: Radak, Sho Hazama
Una vez había sido parte de un Imperio. Una princesa en un palacio de oro, sirviendo bien a su Emperatriz. La reina que estaba por encima de todas ellas. Sus números eran ilimitados. Sus ejércitos, sin igual. Ninguno de sus inferiores podía atreverse a enfrentarse a ellos. O inclinaban sus cabezas o eran exterminados por completo. Los machos capturados eran revisados por sus formas agradables, y los que se quedaban danzaban para ellas cuando lo exigían. Ella lo exigía a menudo. Vivía una vida de decadencia. Su posición había sido asegurada por el asesinato de rivales y por la matanza de los enemigos de la Emperatriz. Ella comía sólo la mejor jalea real, con un toque de Qi ahorrado de su exhaustivo esfuerzo de guerra. Dormía sobre esteras tejidas con lana de oveja, tributo a ella y a la magnificencia de su Enjambre. Su colmena incluso tenía estandartes de guerra, tejidos con fibra vegetal, y tapices que representaban tanto su gloria como la de la Emperatriz. Ella controlaba las Marcas del Norte. Una princesa de guerra. Era una reina virginal cuya única responsabilidad era luchar. Las tropas bajo su mando eran más numerosas y más vigorosas que las que se les habían dado a los Recolectores. Había un diezmo de cada colmena. Sus detractores decían que era joven y no había sido puesta a prueba, pero ellos eran pálidos, pálidos matices de la Emperatriz. Imitaban sus acciones y seguían sus órdenes lo mejor que podían, pero apenas podían pensar. Estaban más allá de su atención. Mientras estaban en sus puestos, con sus enormes números, pensaron que eran invencibles. Podían ver a través de un millón de ojos, actuar con un millón de cuerpos. Eran absolutamente superiores a todo lo demás, o al menos eso rugió la Emperatriz, su voz zumbando a través del Enjambre. Naturalmente, los cielos se opusieron a esta declaración y enviaron demonios desde los mismos abismos del infierno para disuadirlos de esa noción. Su poderío había sido sólo una ilusión. Todo empezó con ataques a los puestos de avanzada del Sur por parte de criaturas gigantes y despiadadas que los superaban en número diez veces. Aunque compartían la misma forma, eran verdaderos monstruos, demonios en todos los sentidos de la palabra. Mataban sin piedad. Atacaban desde ángulos desconocidos. Arrasaron con los puestos de avanzada del Sur, pero luego hubo una pausa. Su gente había pensado que se trataba de todo el poderío del enemigo. No podían haber adivinado que se trataba simplemente de un grupo de exploración. Como un aguijón clavado directamente en el tórax, los demonios se lanzaron contra el Imperio. La distancia era larga, muy larga, y su conexión vaciló mientras ella intentaba ver qué estaba pasando. Solo palacios masacrados en su totalidad la recibieron. Los guerreros fueron abandonados a su suerte, mientras que la valiosa prole fue tomada y consumida por completo. La Emperatriz llamó a todas las princesas guerreras para que fueran a batallar. Y qué batalla fue aquella. La guerra fue más grande que cualquier otra que hubiera experimentado en su vida, que cualquier otra que el Imperio hubiera experimentado en su vida. Millones de tropas se desplegaron contra los demonios. Fue ella, la Princesa del Norte, quien descubrió cómo derrotarlos; su cruel mando envió a cientos de sus propios guerreros a su perdición, habiéndose cocinado a sí mismos en sus caparazones para terminar con la ira de un solo demonio. Cada vez se le destinaban más recursos. Cada vez más princesas le cedían el control. Incluso la Emperatriz, la poderosa Emperatriz, permitió que se llevaran a su prole para convertirla en una espada. No fue suficiente. Con el Enjambre sacado de las otras colmenas, obligado a luchar contra los demonios gigantes, los límites de su imperio se deshilacharon. La Princesa del Este declaró su independencia. La Princesa del Oeste cayó ante los Osos Ardientes. Y aun así los demonios vinieron. La situación era insostenible. La Emperatriz se negó a abandonar su palacio. La Princesa del Norte tomó una decisión: huyó. El Palacio Imperial murió. Los demonios aullaron con malicia y sus mandíbulas masacraron a incontables miles de personas. Huyó hacia el Norte, y luego más al Norte todavía. Saqueó otros palacios en su huida. Les robó la comida, actuando poco mejor que una bandida. O las horribles historias sobre humanos que esclavizaban a las reinas, las obligaban a producir miel y luego las mataban por completo cuando querían recolectarla. Ella crearía su propio enjambre. También construiría su propio palacio, lejos de los demonios. ¡Y sería una Emperatriz por derecho propio! Ella había elegido al mejor danzante, al macho más agradable que había encontrado, y con él crearía una nueva prole. Su colmena era pequeña, humilde, pero logró sobrevivir el invierno, conteniendo apenas un centenar de sus sirvientes. Pero esto tampoco iba a durar. Eran pequeños, débiles y vulnerables. Eran presa fácil. Apenas recordaba el asalto que había acabado con su enjambre por completo. Los destellos de fuego. El chisporroteo de los caparazones. El terror de estar sola. De verse reducida a algo absolutamente inferior. Apenas podía pensar. Se había visto reducida a un instinto básico mientras gritaba en la prisión de su propia mente. Pero ella no era una cobarde. Era una Emperatriz. ¡Las Emperatrices no se daban por vencidas! Ir al Norte era lo único que importaba. Podía sentir… Algo. Algo en los confines de sus sentidos, un atisbo de Qi. Había un prado lleno de flores. Estaba agotada. Muy agotada y con mucho frío, pero necesitaba continuar. Construir un palacio. Construir un enjambre. Sólo el rencor la impulsaba a seguir adelante. Y entonces, hubo una sombra. La agarraron con fuerza y ella se resignó a morir. Pero la muerte no llegó. En cambio, la última princesa fue llevada ante un humano. Él no era como ella esperaba. Su fuerza era algo gentil y sereno que se extendía hasta los confines más lejanos de la tierra. Esto era poder. Esto era un Señor. Esto era un Emperador. La inspeccionó cuidadosamente y luego recuperó un tesoro que valía más que todo el Imperio para ella. Era mejor que la jalea real. Mejor que la porquería que había tenido que comer durante los últimos meses, el néctar y el polen básicos. Estaba cargado de Qi. Tanto Qi que finalmente, finalmente, pudo volver a pensar correctamente. El Emperador le dirigió una cálida sonrisa y ella se sintió atraída al instante. La Emperatriz no había merecido su nombre. Pero ¿esto? Esto era poder. Ella inclinó la cabeza en señal de servicio. Levantó la mano, aceptando su juramento de fidelidad, y ordenó a su salvador. Él, que era tan poderoso que sería capaz de matar colmenas enteras de demonios sin que ninguno lograra tocarlo. La llevaron a un palacio—este vestido de blanco, que era cálido y seco a la vez. Era más humilde que los panales desparramados que a la Emperatriz le gustaba poner al descubierto, proclamando su superioridad. Pero también estaba mucho mejor defendido. Ella decidió que “defendido” era lo mejor.
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No estaba confinada, ni prisionera ni esclava. Era libre de ir a donde quisiera y hacer lo que quisiera. Cada día, el humano, el Emperador cuyo poder infundía la tierra, le otorgaba tesoros y le prodigaba atención como la reina que era. Su suave dedo se sentía muy agradable sobre su cabeza y se agitaba con Qi. Su salvador, el rojo de espléndido pelaje, castigó brutalmente a un ave que intentó cazarla y permaneció cerca de ella como un centinela, muy superior a sus propios guardias. Su belleza era insuperable bajo el cielo y la tierra, y su Qi tenía sabor a luna. Y el grande, con sus colmillos, le trajo aún más sirvientes. Era agradable a su manera, con sus músculos y su Qi terrenal rodeándolo. Acercó colmenas enteras directamente a la de ella y gruñó felizmente cuando la vio. Estas abejas eran menores, obviamente, nada comparadas con el fruto de su cuerpo, pero podían usarse. Ella entró en el palacio de la otra y dio órdenes. Tal era Su Majestad Imperial que tal obedecieron. Ella les permitió que la sirvieran. Ellas reconocieron a una reina y se sometieron en consecuencia. Ella estaba completa de nuevo. Podía ver, podía actuar. Los cielos le habían quitado todo a una Emperatriz indigna. Ella fue castigada nuevamente cuando intentó recuperar esa gloria perdida. Pero aquí, aquí en esta tierra, absolutamente palpitante con Qi, ella había recibido un palacio, así como la garantía de seguridad. ¡Ella pagaría mil veces más la bondad que le había mostrado el Emperador!
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Suspiró satisfecha mientras observaba danzar al hermoso. Sus movimientos eran absolutamente sublimes mientras actuaba solo para ella. El protector incondicional era fuerte y viril, este... Bi De. Era un nombre poderoso. Ella le dedicaría toda su atención cuando tuviera la oportunidad. Probablemente el propio Emperador estaba más allá de su encanto. Ella era una reina, pero aún no merecía el título de Emperatriz. En lugar de eso, cortejaría al poderoso Bi De y vería si podía ganarse su lealtad. Él ya observaba sus danzas con interés; era lo más apropiado, ya que ella era la danzante más agradable y más hábil de todas. Aquí, su poder crecería. Aquí, ella prepararía el Enjambre. ¡Todos sabrían de la Gloria de la Fa Ram! El Señor, el Emperador de la Tierra, le había dado tres nombres: Kei Regan. Tai Ranid. Finalmente, pronunció un nombre que a ella le gustó mucho. Sonaba extraño, pero era poderoso. Ella sabía que era un nombre de fuerza y lo había aceptado con gracia. Vajra.

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