Capítulo 239
El Engaño de la Política (I)
Traducción y edición: Sho Hazama
Corrección: pendiente
Corrección: pendiente
Calendario Imperial, Año 1507.
Todos los eruditos del mundo estaban asombrados. Tanto en el continente humano como en el continente demoníaco. La guerra iniciada por la Alianza Creciente el año pasado había entrado en un periodo de calma. Sin embargo, los humanos y los demonios empezaron a tener discusiones internas en cuanto llegó este periodo de calma. “¿Por qué los humanos y los demonios luchaban entre sí cuando deberían trabajar juntos?” Si cualquiera de los 2 bandos funcionara correctamente, probablemente el continente ya estaría unido. Los eruditos sonrieron con cinismo.
Las sangrientas batallas se repetían una y otra vez en el Imperio Franco mientras tanto la facción del Emperador como la de la Emperatriz Viuda traían potencias extranjeras, a la vez Habsburgo vivía una batalla territorial mientras la Facción de las Llanuras luchaba contra Agares. En este momento en el que la cooperación y la unidad eran lo más importante, estas personas se estaban apuntando con sus espadas...
Por supuesto, había un lado extremadamente injusto en esta crítica. ¿Quién le ordenaría al Emperador Franco que “se sacrificara por la paz del continente” cuando su madre ya le había arrebatado toda su autoridad? ¿Quién le diría a Agares que “se calmara por el bien del continente demoníaco” cuando había acabado como un perro persiguiendo a una gallina porque Barbatos había tomado de repente toda la tierra para sí?
La situación era así. Similar a los eruditos que cantaron sobre la paz del mundo adhiriéndose a sus propias perspectivas, Enrique el Emperador Franco, Henrietta la Reina de Bretaña, la Señor Demonio Barbatos, y la Señor Demonio Agares, todas estas personas se adhirieron a sus propias perspectivas también. Mientras todos están ocupados recorriendo su propio camino, de vez en cuando hay una minoría de individuos que miran a su alrededor en lugar de mirar sólo hacia delante. Esto les lleva a darse cuenta.
- Es Dantalian.
Habló la líder Elizabeth. Ella leía un libro con ojos sombríos. Los cuales estaban llenos de cansancio, pero su mirada seguía siendo clara. Esta era la oficina de la líder republicana. Sólo se permitía la entrada a los ejecutivos del gobierno. Una mesa, documentos y una silla. Todos los demás adornos elaborados habían sido retirados, por lo que la habitación desprendía una atmósfera fría y vacía. Elizabeth estaba sentada en la silla de madera.
La secretaria que estaba sentada cerca levantó la cabeza en cuanto oyó a Elizabeth murmurar esas palabras. La secretaria respondió tarde porque había oído un nombre bastante desconocido.
- ¿Cómo dice? Mis disculpas, Excelencia, pero ésta no ha oído lo que ha dicho.
- Mira esto.
Elizabeth lanzó el libro a la secretaria. Fue un gesto grosero impropio de la líder de la república. La secretaria se sorprendió al recibirlo. Era bastante delgado.
‘¿Cómo podía algo así molestar tanto a Su Excelencia?’
- Este libro no tiene título...
- Tiene el nombre del autor.
- ¿Jean Bole? Tengo pocos conocimientos, así que es la primera vez que oigo este nombre.
La secretaria abrió cuidadosamente el libro. Tardó 20 minutos en leerlo entero. Elizabeth le hizo una pregunta cuando terminó.
- Yuria, ¿qué te parece?
- Sí. Personalmente creo que es un libro espléndido.
La secretaria dio su sincera opinión.
- ¿No sería el instrumento de propaganda adecuado para difundir el republicanismo? Puede que Jean Bole sea un escritor bastante desconocido, pero creo que nuestra república tiene mucho en común con sus creencias.
- ¿Es así? Así que no te has dado cuenta.
Una comisura de los labios de Elizabeth se levantó.
Esto sorprendió una vez más a la secretaria. Su Excelencia era alguien que se abstenía mucho de dejar escapar cualquier emoción negativa. No sólo había tirado el libro antes, sino que la sonrisa de satisfacción en el rostro de Su Excelencia no le encajaba. Independientemente de que notara o no el pánico de su secretaria, continuó mientras miraba por la ventana.
- Eso lo escribió el Señor Demonio Dantalian.
- Su Excelencia, ¿se refiere a la “Pesadilla de Bruno”?
- Es mi suposición personal, pero lo más probable es que esté en lo cierto.
Su tono también era más débil de lo habitual. Por lo general, Su Excelencia siempre rebosaba disciplina y dignidad delante de los demás.
- Mis disculpas, Excelencia, pero ¿qué pruebas tiene para estar tan segura de ello?
- No ha pasado un solo día en que me haya olvidado de los discursos ceremoniales... Su tono, su forma de moverse y de hablar... todas estas cosas se han grabado en mí como si las hubiera presenciado hace tan sólo un instante. Cada noche Robert aparece con Dantalian en mis sueños, ese Señor Demonio...
Más que contárselo a su secretaria, parecía que se lo estuviera contando a sí misma. Su tez se fue oscureciendo poco a poco.
- La Reina Henrietta me envió este libro. Henrietta probablemente no se dio cuenta de esto tampoco. No, nadie lo ha hecho. Pero no puede engañarme... Aah. Dantalian. Puede haber engañado al mundo entero, pero a mí... nunca podrá engañarme. ¿Te involucraste en la guerra civil del Imperio Franco? ¿Odias a la humanidad y deseas tanto su destrucción? Hay alguien que ha falsificado la condición de sacerdote de Dantalian. La iglesia... hay muchas posibilidades de que Dantalian esté relacionado con alguien de la iglesia. O es Paimon... existe la posibilidad de que ella haya actuado como mediadora entre ellos. Ya veo. Es posible... Puedo sentirlo en cada frase, palabra e incluso en los espacios vacíos. Robert. Al menos no te vuelvas como yo...
- Su Excelencia.
La secretaria dirigió a Elizabeth una mirada preocupada. Cabía la posibilidad de que Su Excelencia se comportara así por el cansancio acumulado debido a la gran cantidad de trabajo que había tenido que realizar últimamente. Todavía quedaba mucho trabajo por hacer en la nueva República de Habsburgo. Elizabeth se percató de la mirada de la secretaria y levantó rápidamente la cabeza.
- ¿Ah? Lo siento. Parece que me he sumido demasiado en mis pensamientos.
- No pasa nada. Puede que sea presuntuoso por mi parte preguntarlo, pero ¿acaso está cansada, Excelencia?
- ¿Cansada? ¿Yo?
La secretaria asintió.
- Llevas tres días seguidos sin dormir. Su ciclo vital se ha estropeado. Tiene que parar y volver a dormir pronto y levantarse temprano.
Elizabeth agitó la mano. Estaba claro que le parecía molesto.
- Bien, bien. Por fin he conseguido jubilar a mi niñera, pero parece que mi secretaria se ha convertido en mi nueva niñera y me está atormentando. Yuria, dormir de un tirón ha sido una norma para mí desde que tenía 12 años. ¿Crees que podrás arreglarlo ahora después de tanto tiempo?
- Su Excelencia aún no ha cumplido los 20 años. Su tiempo como mujer aún no ha empezado.
Elizabeth se rio entre dientes.
- ¿Una mujer? Me sorprende oír que se ha reservado una vida de mujer sólo para mí. Si acaso tienes la loca idea de obligarme a casarme con alguien, desiste de ello ahora. Ya estoy casada con esta nación.
- Aaah. Incluso naciste como la mujer más bella del mundo, también...
La secretaria se apretó la mano contra la frente. Le dolía la cabeza. La gente dice que no hay nada peor que trabajar para alguien que está loco por su trabajo, y Su Excelencia Elizabeth era el ejemplo perfecto de ello.
- Hay algo por lo que siento curiosidad desde hace tiempo. ¿Qué clase de hombre tendría que aparecer para que Su Excelencia lo considerara siquiera como socio?
- Mm. Un hombre que pueda acostarse conmigo, ¿no? Como mínimo, ¿no debería ser capaz de traerme las cabezas de todos y cada uno de los Señores Demonio? Con mucho gusto entregaría mi virginidad a un hombre tan capaz.
- ¿No estás diciendo que nunca te casarás?
Elizabeth se estiró.
- Es una broma. Mmm. Bueno, lo más probable es que algún día contraiga un matrimonio político. Me casaré con mucho gusto si aparece una pareja adecuada. Sin embargo, es demasiado pronto para desperdiciar mi carta más fuerte. Soy la comandante suprema de una sola nación. Este valor no disminuirá aunque llegue a tener 20 o 30 años.
- Seguro que estás confiada...
La secretaria, que hacía tiempo que había superado la edad para casarse, refunfuñó una queja.
- Si crees que es injusta, ¿qué te parece ser tú misma la comandante suprema?
- Mis disculpas, pero no quiero que me ejecuten por traición. Excelencia, por favor, vaya a descansar un rato.
- Bien, bien.
Su secretaria la empujó desde atrás hacia la cama que estaba preparada en la habitación contigua al despacho. Realmente habían pasado 3 días desde la última vez que había dormido. Sin embargo, no habían pasado ni 20 minutos cuando Elizabeth se levantó de la cama. Tenía sudor en la frente. Respiraba con dificultad mientras se cubría la cara con las manos. Un gemido incontenible salió de entre sus dedos.
- ...Lo siento, Robert. Lo siento... tu hermana... esta hermana tuya, Robert...
‘¿Cuántos meses han pasado desde entonces?’
Desde el día en que Dantalian se burló de ella en las Llanuras de Bruno, Elizabeth nunca ha sido capaz de dormir más de 2 horas. Siempre la atormentaban las pesadillas en cuanto dormía. Ya era así en el pasado, pero empeoró recientemente.
Se suponía que un hombre aparecería y la salvaría en el futuro. Debía acabar con todos los Señores Demonio del continente y dedicar todo su ser a la Reina. Se suponía que Elizabeth sería consolada por este hombre y dejaría de sufrir pesadillas. Sin embargo, todo cambió por culpa de una sola persona. Ya no era la Princesa Imperial ni la Reina. Ahora era la líder de una nación republicana. El hombre que se suponía que le daría la salvación ya estaba en un camino diferente.
Sus ojos brillaron intensamente entre sus dedos.
- ...Dantalian. Al menos yo no, nunca... nunca...
Elizabeth siguió murmurando palabras ambiguas. Continuó repitiendo estas palabras una y otra vez antes de cansarse y volver a dormirse. Volvió a despertarse 30 minutos más tarde. Lo mismo ocurrió una y otra vez durante 2 horas en este lugar de descanso donde no se permitía la entrada a nadie más.
* * *
Volví a mi Castillo del Señor Demonio después de que las negociaciones llegaran a su fin. La batalla diplomática terminó con un cierto grado de éxito. Ayudé a la Facción de las Llanuras a ganar y le puse un collar a Gamigin. No fue una victoria perfecta, pero se puede decir que fue un éxito a medias.
‘No, una victoria perfecta no existe de todos modos. En ese sentido, tuve éxito.’
También me di cuenta de algo. En general, mis posibilidades de derrota aumentaban cuanto más salía a la luz, mientras que mis posibilidades de victoria aumentaban cuanto más me escondía en las sombras.
- Cielos, no soy una especie de estratega que pueda luchar a la par de los héroes. Debería esconderme y descansar en una alcoba como un anciano.
En pocas palabras, me di cuenta de mi lugar. La Reina Henrietta y la Señor Demonio Agares son bombas tácticas. A pesar de ello, perdí contra la primera y gané contra la segunda. Si miras la guerra desde una perspectiva táctica, hay demasiadas variables. Especialmente aquí desde que existen cosas como las auras.
- Ahora lo entiendo perfectamente. ¡Voy a mantener mis manos fuera de la táctica a partir de ahora! No me verás más en un campo de batalla sosteniendo un bastón.
Lapis me respondió mientras recibía mi abrigo.
- Una sabía decisión. Hay muchas cosas de las que ocuparse aparte de la guerra. Sería más eficiente dejar los asuntos militares a la señorita Laura. Le recomiendo que no salga de su Castillo del Señor Demonio a partir de ahora.
- Me encantaría, pero el mundo no siempre gira como uno quiere. Ahhh. Entonces, ¿hubo algún problema mientras estuve afuera?
- Todo ha ido según lo previsto. Sin embargo... Como era de esperar, los pueblos son el problema. Parece que les cuesta adaptarse a las nuevas leyes.
- Ya veo. ¿A qué se debe? ¿No funciona bien el sistema de juicios?
- Los aldeanos se están esforzando.
‘¿Estaba diciendo que los nuevos comienzos siempre son duros?’
- Supongo que es obvio. Déjamelo a mí. Me encargaré de esto en 3 días.
- Su Alteza parece desbordar entusiasmo a pesar de acabar de regresar del continente demoniaco.
Lapis sonaba sorprendida.
- Me pondré a ello después de descansar hoy. He trabajado bastante, ¿sabes? Realmente, los santos dicen que no debe dejarse el trabajo que se puede hacer mañana en el tú de hoy.
Lapis dejó escapar un pequeño suspiro. “¿Por qué no me sorprende?” Ese era el humor que desprendía.
‘¿Qué? Me estás poniendo triste. Realmente estoy viviendo seria y sinceramente, ¿sabes?’
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