Volumen 1 Capítulo 54
Kintsugi
Traducción y corrección: Radak
Edición: Radak, Sho Hazama
Edición: Radak, Sho Hazama
Al principio, había una existencia pura. Una masa de sentimientos conflictivos y reacciones instintivas. Pensando sin pensar. Sintiendo, sin sentir.
Era un objeto lisiado y roto. Desgarrado y destrozado en épocas pasadas. Dormía con dificultad y le dolía.
Así había sido siempre. Tormento y nada, durante mil, mil ciclos. Tanto tiempo que lo había olvidado. Pero el dolor. El dolor que recordaba. La agudeza del mismo se había desvanecido, pero aún permanecía: ese dolor sordo, punzante.
Los ciclos continuaron como siempre. Un temblor ocasional aquí, un pulso extraño allá. Lugares muy, muy lejanos.
Lo era y, sin embargo, no lo era. Y eso estaba bien. Era tan fácil, no ser.
En un ciclo, hubo una sensación. Una sensación que recordaba. Un hilillo de calor. No era prácticamente nada. Pero... Era familiar. Llegó muy, muy profundo y tocó una grieta de una herida milenaria.
Esperaba sentir dolor. La sensación de desgarro, dolorosa. Como un perro apaleado, se encogió y se encogió aún más, tratando de escapar de la agonía que la atormentaba.
Estaba segura de que vendría. Sin embargo, no podía moverse. Todo lo que podía hacer era resistir.
El calor tocó el borde dentado. Se posó sobre la enorme herida... Y allí se quedó.
No había dolor.
En el siguiente ciclo, volvió a ocurrir. Y otra vez. Y otra vez. Y en cada uno de los ciclos, el calor se posaba sobre la herida, construyendo un minúsculo puente. Intentando cerrar una de las grietas.
Era cálido y reconfortante en el mar de dolor.
Diez ciclos se convirtieron en veinte. Veinte se convirtieron en treinta. Y la herida… Empezó a dejar de doler. Su último pedazo de lo que sólo podía llamarse caritativamente “yo” salió del caos difuso y del lodazal del dolor aplastante. Buscó ciegamente la luz, aferrándose ansiosamente, desesperadamente, a aquello que estaba curando sus heridas.
Los zarcillos de su propio poder se extendieron, golpeando torpemente hacia la luz curativa. Durante varios ciclos, intentó agarrar al otro. Hasta que finalmente lo logró. Un zarcillo se encontró con otro.
Y, cuando finalmente rozó el zarcillo, se conectó.
Se encogió de nuevo, pero no pudo apartarse. Chilló y gimió, tirando y sacudiendo el hilo, y tratando de cortar ese agarre no deseado que conducía directamente a ella.
Pero el dolor no llegó. En cambio, había sentimientos. Sentimientos que iban más allá del dolor: felicidad, satisfacción, cariño, respeto. También había dolor. Un sentimiento de profunda pérdida, pero la determinación de continuar.
Dejó de intentar liberarse y observó.
El Conectado trabajaba todos los días, sanando sus heridas y haciendo caso omiso de la conexión. Daba y daba. No obligaba a las plantas a crecer más allá de sus capacidades. No esperaba nada más que su nutrición posterior.
No hubo desgarros. No hubo sensación de estar drenándose hasta convertirse en una cáscara. Con cautela, devolvió. Una cantidad minúscula y miserable.
El Conectado gastaba la energía y la devolvía.
En el siguiente ciclo, dio más. En el siguiente ciclo, continuó con su trabajo.
El dolor fue disminuyendo lentamente. Él dio todo lo que tenía, sin reservas. Un pensamiento los conectó.
Cuidémonos unos a otros, ¿está bien?
No había ningún olor acre, ni palabras crueles, ni intenciones... Nada que exigiera su poder.
Por primera vez en milenios, los restos destrozados de algo que alguna vez fue un pensamiento más grande. Era inferior incluso al más pequeño de los animales... Pero eligió.
Lentamente, vacilantemente, la pequeña conexión se hizo más y más fuerte.
❄️❄️❄️
Y así continuaron los ciclos. Comenzaron a respirar juntos. Inhalaban y exhalaban al mismo tiempo. Uno inhalaba, el otro exhalaba. Era una conexión maravillosa. Era aprendizaje. Era sentimiento. Era conocimiento, no dolor.
Cómo crecía el arroz. Cómo los “nutrientes” afectaban al suelo. Cómo se conectaban las cosas de una manera que podía entender, a pesar de que nunca había oído hablar de esas cosas antes.
Trabajaban como uno solo. Se esforzaban y se ayudaban mutuamente. Crecían y sanaban juntos. Eso consumía gran parte de la atención del Conectado.
El dolor fue disminuyendo a medida que trabajaban. Pasaban todo el tiempo juntos, abrazándose, cuidándose, creciendo.
Hasta que un día fueron atacados. Atacado por una cosa malvada y vil que buscaba hacerles daño mientras aún estaban débiles, todavía heridos.
Su conexión estaba saturada con todos los miserables restos de poder que tenían en esa área. Algunos se filtraron, lo cual era inevitable, pero lo necesitaban ahora. Para darlo todo, el uno por el otro.
Todavía estaban reuniendo fuerzas, extendiéndose sobre su largo y ancho para traer más, cuando el enemigo fue derrotado y aplastado. La sensación de violencia se desvaneció y su poder se relajó una vez más.
Ellos redoblaron sus esfuerzos para curar la herida.
❄️❄️❄️
Y así, su ciclo continuó. Respiraban juntos. Dormían juntos. Trabajaban juntos. Poco a poco, la herida se cerraba. Poco a poco, más y más piezas viejas se juntaban hacia la herida que sanaba.
Otro comenzó a ofrecer su fuerza. Era energía básica, sin luz curativa. Este no sabía por qué la ofrecía, solo que se suponía que debía hacerlo. Vacilante, la aceptó.
Pero no confiaba en él. Se sentía… Como algunos de los otros. Los que dolían. Sin embargo, examinó cuidadosamente el poder y lo consumió.
El siguiente ciclo, el otro ofreció nuevamente.
La energía fue examinada atentamente… Y aceptada.
Y así, los ciclos continuaron. El día se convirtió en noche y luego en día, como siempre había sucedido.
Se acercaba la hora del sueño. Acopiaron su cosecha para el invierno, como hacían todos los pequeños, escondiendo sus semillas y parte de su poder.
Por primera vez desde que tenían memoria, se preparaban activamente para el gran sueño. Organizaban su energía. Dirigían hilos de poder. Observaban viejos y antiguos caminos, casi desaparecidos del mundo.
El otro extendió su poder y—
Ella retrocedió. Su desconfianza se vio justificada. El otro se atrevió a ofrecerle energía contaminada, ¡la energía que la lastimaba! Huyó del otro y rechazó su toque. Huyó profundamente y se dispersó, lista para otro ataque de dolor.
¡Estaba sucio! ¡Estaba contaminado! ¡Le haría daño!
Y, efectivamente, en él había algún tipo de energía contaminada, un paquete de pensamientos e intenciones malvadas.
Pero ni siquiera esto dolió. Era una sensación extraña, pero no dolorosa.
Qué extraño. Qué curioso. El Conectado era verdaderamente misterioso, por lo que ni siquiera esto le dolía.
Rodeó la pequeña bola de Qi, deteniendo la mayor parte de su crecimiento hambriento. Fue parcialmente reprimida y almacenada para ser examinada más tarde.
Los preparativos para el sueño continuaron. El otro siguió buscándola y ofreciéndole energía contaminada. Lo ignoró mientras pinchaba los árboles que se suponía que producían azúcar, los arces.
¡Se suponía que sería más dulce que esto! Los árboles que lo cubrían eran buenos, así que escucharon y se prepararon con ella.
Sin embargo, ciclo tras ciclo, las impurezas fueron disminuyendo. Aprendió de su remordimiento.
Tenía sueño. Mucho sueño.
El otro le ofreció su energía, una última vez antes de quedarse dormida. Todavía estaba un poco desagradable, pero…
Suspiró y la tomó.
Era una medicina amarga la energía que consumían. Llena de arrepentimiento y remordimiento.
Pero no dolió.
Poco a poco, la oscuridad la fue invadiendo. La oscuridad aullante se alzó para apoderarse de su mente.
❄️❄️❄️
Durmió bajo la manta del frío. Durmió en paz por primera vez desde que tenía memoria. Los terrores nocturnos fueron mantenidos a raya por el Rechoncho y el Conectado. Ninguna mano que la agarrara ni fauces devoradoras perturbaron su sueño.
Sentía calor en lugar de un dolor desgarrador y un frío mortífero. La energía no se filtraba de sus heridas. O, al menos, no de esta herida.
Soñaba. Soñaba con otros lugares, con las dos vidas vividas por el Conectado. Las dos partes se peleaban, pero eran tan parecidas entre sí que resultaba divertido lo poco que se llevaban.
Se estremeció una vez, durante su sueño, cuando el Conectado fortaleció aún más su vínculo y accidentalmente aplastó el pequeño paquete de Qi.
Fragmentos destrozados, rotos, se unieron y se forjaron de nuevo. Una pequeña chispa. Una pequeña porción de lo que fue. Pero estaba allí.
Agrietada y rota. Desgarrada y desgastada. Pequeña y casi indefensa.
¿Qué era? ¿Él? ¿Ella?
“Ella” sonaba bien. El Conectado y Chunky parecían pensar que era una ella.
Así que eso era ella.
Ella dormía, protegida. La manta fría se derretía, y ella seguía durmiendo. Soñaba. Soñaba con quién era.
¡Ella era la Hermana Mayor, como dijo Chunky! O… ¿Tianlan Shan, como dijeron los otros? Eso también sonaba bien… ¿O ella era la Fa Ram? ¿O era la “Madre Tierra”?
Ella no lo sabía, ¡pero estaba bien!
Podía sentir a los demás. La alegría. La risa. El cariño.
El amor.
Jin y Meiling le tendieron la mano. ¿Cómo podría rechazarlos?
Yin se encontró con Yang.
Dos se convirtieron en tres.
❄️❄️❄️
Todavía estaba muy cansada. Todavía le dolía en mil lugares. Pero justo aquí, justo ahora... No podía evitar sentirse emocionada.
Ella estaba aquí. Ella estaba despierta.
Los zarcillos se extendieron y rozaron su casa y la herida cubierta de costras.
¿Oh? ¿Oh? Este lugar… ¡Este lugar!
A ella le gustaba este lugar. A ella le gustaba mucho este lugar.
Corrió entre los árboles, la hierba, el agua y la brisa. Rozó las corrientes de energía que la componían a ella y a sus seres queridos, entrelazadas en hermosos y retorcidos nudos.
Ella miró lo que era suyo. Lo que era de ellos.
Ella se rio. Se rio y se rio y se rio. ¡Oh, oh, esto iba a ser muy divertido!
Kintsugi: es una técnica japonesa de reparación de cerámica que consiste en unir los trozos rotos con barniz y polvo de oro, plata o platino. La palabra kintsugi significa “reparar con oro” en japonés.